El bullicio matutino de la oficina financiera fue interrumpido abruptamente por una risa triunfante de Sebastián, que estaba apoyado casualmente en un escritorio de caoba pulida. —Mira estos números. —sonrió, haciendo girar la pantalla de su tableta hacia su asistente. —Las acciones han subido un quince por ciento. —De hecho, es un aumento impresionante. —afirmó su asistente con un gesto respetuoso, mientras su propia pantalla reflejaba la buena noticia. —Nos estamos recuperando, Antonio. Ya podemos dormir tranquilo. —Todo ha sido gracias a sus estrategias y claro está con la llegada de los nuevos socios. Deberías considerar regresar a la vicepresidencia en lugar de Alejandro. —Para nada, mi hijo está por nacer y quiero tener el suficiente tiempo para estar con ellos. Por la tarde tengo que verificar que en la casa todo se encuentre bien. Ava ha puesto mucho empezó en la habitación de nuestro hijo. —Me alegro por ustedes, todo ba de viento en popa, es grandioso verlos felices.
Sebastián se inclinó sobre la cama del hospital y su mirada se suavizó mientras miraba a Ava. Su cabello estaba extendido sobre la almohada, algunos mechones pegados a su frente húmeda. A pesar del cansancio grabado en sus delicados rasgos, estaba radiante en el brillo estéril de la habitación. Rozó sus labios contra los de ella en un tierno beso lleno de gratitud y susurró: —Eres tan valiente, amor. Nos has dado el regalo más preciado. Los ojos de Ava, una ventana clara a su alma que había capeado tormentas de desconfianza, ahora brillaban con una mezcla de vulnerabilidad y alegría. Sosteniendo su mano entre la suya, sintió que ella apretaba ligeramente, un reconocimiento silencioso de su felicidad compartida por la llegada de su primer hijo.—Descansa ahora. —murmuró Sebastián, arropando la fina manta alrededor de ella. —Iré a ver a nuestro pequeño y le contaré sobre su increíble mamá. Salió de la habitación y el clic de la puerta cerrándose detrás de él se sintió como la suave p
Los tacones de Sara resonaban con impaciencia sobre los inmaculados suelos de mármol mientras avanzaba por el opulento vestíbulo de la mansión de sus padres. Una casa que siempre había creído que era un símbolo de estabilidad y amor, ahora parecía un cascarón frío y vacío.—Señora Huntington. —gritó María, una de las criadas, vacilante, apretando un guardapolvo contra su pecho como si fuera un salvavidas. —¿Dónde están mis padres? —preguntó impaciente. —Tus padres están en el hospital. Tu hermana… —Para. —espetó Sara, su voz aguda como un látigo—. Ava nunca será mi hermana. María retrocedió, su expresión era de lástima y sorpresa, pero a Sara ya no le importaba. Podía sentir la furia burbujeando dentro de ella como un veneno, un infierno que amenazaba con consumirla desde dentro.—Lo lamento… La señorita Ava dio a Luz. —respondió María, su voz apenas era más que un susurro.—Así que ya nació su hijo. —habló Sara, y el nombre le dejó un sabor amargo en la boca. Giró sobre sus talone
Sebastián entró en el blanco estéril de la habitación del hospital y una suave sonrisa surgió cuando vio a Ava sosteniendo la mano de su hijo. El niño estaba apoyado entre una montaña de almohadas, su pequeño rostro se iluminó con la llegada de Sebastián.—Hola campeón. —saludó Sebastián cálidamente, revolviendo el cabello de su bebé con una gentileza practicada.Los padres de Ava se quedaron a un lado, asintiendo con la cabeza a Sebastián en señal de reconocimiento, mientras Jazmín, la madre de Ava, le ofreció una sonrisa con los labios apretados que no llegó a sus ojos. Su mirada se detuvo en Ava de forma protectora.—¿Todo bien? —Le preguntó Sebastián a Ava, manteniendo la voz baja y uniforme.—Mejor ahora. —respondió Ava, su voz apenas era más que un susurro. Se notaba que estaba cansada por el proceso de parto. Sus párpados casi se cerraban. Antes de que pudiera responder, el bolsillo de Sebastián vibró. Se disculpó con una mirada de disculpa y salió al pasillo, respondiendo la
El elegante automóvil negro se deslizó por las calles iluminadas por la luna, el pulso de la ciudad se atenuó hasta convertirse en un suave latido a medida que avanzaban hacia la zona residencial. Angelo miró de soslayo a Sara, su silueta serena no revelaba nada de la tempestad que sentía gestarse bajo su exterior frío. Sabía que no debía romper el silencio; su mandíbula apretada era suficiente advertencia.—Gira aquí a la derecha. —dirigió con frialdad, con la voz cortando la tensión como una cuchilla. Él obedeció y los neumáticos del coche susurraron contra el pavimento.Momentos después, cuando el vehículo se detuvo frente a su opulenta casa, Sara finalmente estalló. —¿Cómo pudo hacerme esto? —Golpeó su mano contra el tablero, el sonido fue agudo en el espacio reducido. —Lo sé... sé que Alejandro tiene sus... distracciones, pero ¿humillarme así? ¡Frente a todos!Angelo se movió incómodo. —Sara, tal vez…—¡Cállate, —espetó, con un torbellino de emociones arremolinándose en sus ojos.
Los dedos de Ava se detuvieron en el pomo de la puerta de la habitación de Sara, con la frente arrugada por la preocupación. Respiró hondo y salió al pasillo, cerrando la puerta detrás de ella con un suave clic. Sus tacones hicieron ruido contra el piso pulido mientras bajaba las escaleras hacia donde se reunía la familia.—Vamos, pequeño campeón. —se rió Pablo, levantando a su nieto sobre sus hombros. —Vamos a ver si esas ardillas han vuelto a asaltar el comedero para pájaros. —Diviértete. —les gritó Ava, con una débil sonrisa adornando sus labios antes de girarse para encontrar a Sebastián. Estaba de espaldas a ella, pero ella se acercó a él en silencio.—¿Sebastián? —dijo suavemente, esperando que él se diera la vuelta. Cuando lo hizo, la preocupación en sus ojos reflejó la de ella. —Yo... me siento muy triste por Sara. Es como si hubiera un muro que ella hubiera construido a su alrededor y no pudiera encontrar la manera de atravesarlo. Sebastian suspiró, frotándose la nuca. —Sí,
El pánico atravesó la grandeza de la casa Huntington como un cuchillo a través de la seda. Una muchacha de servicio, con el rostro fantasmalmente pálido y los ojos muy abiertos por la sorpresa, irrumpió a través de las puertas francesas que conducían al jardín.—¡Señor Angelo y señor Pablo! ——jadeó una chica del servicio, agarrándose al marco de la puerta en busca de apoyo. —Están... en el jardín. ¡No están... no se están moviendo!Con un grito ahogado colectivo, la habitación estalló en el caos. —¡Bastián! —fue el grito de Ava. Su corazón latía contra sus costillas mientras avanzaba entre el mar de cuerpos, todos corriendo hacia el jardín. Sus tacones de diseñador se hundieron en la tierra blanda mientras corría, pero apenas se dio cuenta. Nada importaba excepto el miedo palpitante por su hijo.—¡Ángelo! ¡Pablo! ——gritó con voz estridente de terror.Tumbados sobre el césped bien cuidado estaban Angelo y Pablo, con sus cuerpos inmóviles entre los pétalos esparcidos de rosas aplastada
Los párpados de Sara se abrieron y vieron la blancura estéril de un techo desconocido. Le palpitaba la cabeza, un sordo recordatorio de los acontecimientos que la habían llevado hasta allí: los ojos fríos de Cleo, el brillo del cañón de una pistola y el agarre implacable de su brazo mientras la empujaban hacia el interior del coche.—Uf. —gimió, intentando sentarse, pero sentía como si sus extremidades estuvieran llenas de plomo.Entonces, atravesando la niebla de la confusión, un grito rompió el silencio. El corazón de Sara dio un vuelco. Se volvió hacia el sonido y allí, en una cuna montada apresuradamente junto a la cama, yacía el bebé de Ava, con el rostro arrugado por la angustia.Sara no sabía qué hacer, un bebé, ella no sabía cuidar a un bebé. Pero algo dentro de ella surgió, un sentimiento que la hacía vulnerable. —Oh, no, no, cariño… —murmuró Sara, empujándose fuera de la cama. A pesar de su propio estado tembloroso, sus brazos instintivamente alcanzaron al bebé. En el momen