—¡Lo primero son los pulmones! —grita alguien, una voz que suena ligeramente familiar—. Se va a asfixiar.—Fue tan rápido, ni siquiera pude alcanzarla.Necesito que alguien me clave una estaca en el corazón o me corte la cabeza, no puedo resistirlo más. Duele tanto que ni siquiera puedo gritar. No veo un carajo, todo es negro, pero quien sea que esté presente, le estaré eternamente agradecida si me mata en este momento.Pierdo la noción del tiempo. Mis segundos se resumen en dolor y en un extraño hielo que por momentos me recorre de cabeza a pies. El frío es gélido, quema, pero una vez que desaparece, el dolor ahí mismo desaparece. Poco a poco, el martirio se convierte en dolor y luego en molestia, después en incomodidad. Finalmente se vuelve un eco del sufrimiento, solo un aura de lo que fue y alguna vez podría ser. De pronto vuelvo a respirar.Estoy viva. Maldita sea, estoy viva.Escucho voces, son graves y agudas, apresuradas y lentas. Algunos tonos suenan incluso burlones, por el
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