23. CAPÍTULO
El alba no se asomó por la ventana, la luz blanca que se ve al final, el túnel final, no, nada de es pasó. Estaba viva, era un milagro, una maldición también, porque seguir respirando significaba que el dolor, la opresión y el miedo no se acababan, no le daban tregua. Estaba boca abajo, de pies atados, lo que le pareció unos grilletes causando aprehensión en sus tobillos. El metal estaba demasiado apretado como para no moverse, ni siquiera un solo milímetro, si lo hacía además de causar el molesto y oscuro tintineo, le dolía, ardía un infierno. El escozor no disminuía, al contrario, con el paso de los minutos incrementó de manera desmesurada. No podía hacer nada al respecto, ni encontrar alivio en algo. Su cuerpo estaba como si pasó por una máquina trituradora y luego un robusto hombre la golpeó hasta aburrirse. Su espalda era el peor de los escenarios, sentía dolor, además de que las heridas se deslizaban a través de sus piernas. Se sentía falta, y no era para m
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