—Sé q-que me comporté como un idiota, pero por favor escúchame —le suplico, acercándome a ella y provocando que se aleje un par de pasos de mí—. No te haré daño —murmuro quedándome en mi lugar.—No temo que me golpees, porque sé que nunca serías capaz de ello, pero créeme que durante toda mi vida he recibido demasiados golpes, los cuales se curaban al cabo de unos días o semanas. ¿Sabes qué es lo que más hiere? —me cuestiona con melancolía—. Las palabras, esas, duelen más que un simple golpe, porque las palabras se quedan grabadas aquí —señala su cabeza—, y aquí —señala su pecho, mirándome con dolor.—Por favor, Arlette. Los quiero demasiado y no quiero volver a perderlos —le pido, acercándome nuevamente a ella y sin que lo espere enredo mis brazos en su cintura.»Sé que cometí un grave error al no hablar primero contigo, pero los celos me cegaron cuando vi esas fotos tuyas entrando con tu amigo a ese hotel. Pensé que durante todo ese tiempo me habías estado engañando con él, también
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