Esa voz hizo que me diera la vuelta inmediatamente, mis ojos encontrándose con los suyos. Allí estaba él, de pie en el umbral de la puerta, con los brazos extendidos hacia mí, su expresión llena de comprensión y consuelo. David había venido, como siempre lo hacía, en el momento en que más lo necesitaba. Sin pensarlo dos veces, me levanté y corrí hacia él, lanzándome a sus brazos.En cuanto me abrazó, sentí que todas las defensas que había construido durante la reunión se desmoronaban. Dejé salir toda la tensión, toda la frustración, y las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a caer. Sollozaba en su pecho, dejando que su calor y su fuerza me rodearan, como un refugio en medio de la tormenta. David me sostenía con firmeza, sus manos acariciando mi cabello suavemente, susurrando palabras de consuelo que se mezclaban con mis lágrimas.- Estoy aquí, amor. Siempre estaré aquí -dijo, su voz un ancla en medio de mi caos interno.Nos quedamos en silencio por unos minutos, simplemen
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