Gerald llegó a su oficina, era el único lugar donde podía encerrarse y no ser molestado. Necesitaba pensar en frío, planificar lo que haría sin dejarse llevar por sus emociones. Eso era algo que había aprendido de su estratega padre. —¡Debes calmarte, Gerald! —se dijo a sí mismo— Debes calmarte —gruñó de rabia y terminó golpeando con el puño su escritorio, lanzando lo que estaba sobre él, la laptop, el retrato de su boda, la foto del pequeño Gael. Estaba asqueado con todo lo que era su vida, nada de lo que había hecho en su vida parecía ser lo correcto. Pensó en llamar a Gabriela, la enfermera, desahogarse con ella. Pero su instinto animal, lo hizo correr a los brazos de la única mujer que siempre había estado para él, Kate. Tomó su móvil y le marcó, deseaba ansiosamente escuchar su voz, saber de ella. El repique al otro lado del móvil lo exasperó, Kate no contestaba su llamada, justo cuando iba a finalizar la llamada, escuchó su voz del otro lado.—¿Para qué me llamas, Gerald?
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