Marbella se puso de rodillas frente a él, intentó levantarlo. Dylan recuperó el conocimiento, intentó levantarse, pero flaqueó, volvió a caer al suelo. —¡Llamaré a una ambulancia! Llamaré a la enfermera. —¡No! —gritó él, desesperado—. No me dejes solo, por favor, no me dejes solo. Él recostó su cabeza en su regazo, ella acarició sus cabellos, estaba mal, frío como la nieve, pálido. —Estás mal, necesitas ayuda, Dylan. —Ya no… estoy cansado, Mar, esto es todo, ahora sé que cuidarás a mi hijo, estoy… en paz. Siento el final, sé que es el momento de irme. —¿Qué dices? No, espera, cálmate, llamaré al médico. Él la detuvo. —Por favor, Mar, no quiero estar solo, no me dejes solo. Cuida a mi hijo, Mar, ¿lo amarás como si fuese tuyo? —Lo amaré como a mi hijo, lo amaré hasta dar la vida por él, lo juro. Dylan sonrió, miró al cielo que estaba gris, nublado. —Gracias, no creo en Dios, pero, lo que sea que rige nuestra vida, sé que no fue coincidencia conocerte, es el destino, hay un la
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