Lugh tocó su rostro, sintió rabia, pero al instante supo qué se había pasado con sus palabras. «No debí decir eso, la he ofendido en serio», pensó. —¡Mis hijos no son unos bastardos! Me incriminas a mí, pero ¿no hiciste tú lo mismo? Podría decir lo mismo de tu hija, la diferencia es que no soy tan mala sangre como tú para hablar mal de un niño inocente. —Marbella… —No quiero hablar contigo, Lugh, cuando haya limpiado mi nombre, te lo restregaré en la cara, lo único que si te voy a pedir, es que no me pidas perdón, ahórratelo, porque nunca te perdonaré. Marbella se soltó de su agarre, subió al auto, se fue de ahí. Lugh no lo soportó, tan rápido ella se fue, él subió a su auto, la siguió muy de cerca, hasta que la vio entrar a una mansión, muy cerca de la suya. Él se quedó afuera, a unas cuantas calles. «Ahora es casi nuestra vecina, Marbella, ¿por qué volviste? Has venido a enloquecer mi vida, otra vez», pensó Lugh tomó su móvil, pidió a su secretaria que le pasara el número de
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