Ilan paseaba junto al río, el murmullo del agua serenando sus pensamientos, cuando algo rompió su calma. Extendió la vista y allí, en la orilla, yacía una chica, su cuerpo en un estado de transición imposible, mitad humana, mitad loba. Sin dudarlo, corrió hacia ella, sus instintos de protector, surgiendo con fuerza. Al llegar a su lado, intentó despertarla, pero no reaccionó. La levantó en brazos, y la piel de ella, fría y moteada de pelaje beige, comenzó a correr. Ella apenas era un saco de huesos. —¡Ayuda! —gritó al irrumpir en el hospital de la manada, atravesando el umbral como una ráfaga de viento. Los enfermeros se apartaron, dejándole paso hasta la camilla más cercana, donde depositó cuidadosamente a la chica. —¿Qué sucedió? — inquirió el médico de turno, acercándose con rapidez. —En el río —, fue todo lo que Ilan pudo articular, señalando hacia el cauce que había dejado atrás. Su pecho subía y bajaba agitadamente por el esfuerzo de la carrera. —Espera fuera —ordenó el
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