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Todos los capítulos de Perversa obsesión: Capítulo 121 - Capítulo 130
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Cincuenta y dos.3
—Merecen saber la verdad —me acerco a él—. También han pasado por lo que yo.Estoy por decirle que una de ellas era Dalia quien casualmente es la novia de Andrés. Dalia se pasó al bando contrario o al menos eso pareció. ¿Habrá sido una de las que nos encerró en el refrigerador? No puedo creerlo, ¿sería capaz de encerrarme con tal de salvar a su novio? Mejor pregúntate, ¿serías capaz de encerrar a alguien en un congelador con tal de salvar a tu madre? No lo sé.Antes de poder decir algo, siento un cambio drástico en Uriel. Se aleja de mí en un movimiento brusco. Con dolor me doy cuenta de que me está repeliendo. Puedo sentir su rechazo demasiado...¿forzado?—Puedes quedarte en alguna recámara de visitas —dice sin mirarme mientras sube las escaleras—. Cuando todos regresen discutiremos la situación.No puede dejarme así, no puede dejarme aquí. Subo detrás de él sin importarme lo tonta que estoy actuando. No puede decirme que tenía miedo de perderme y de pronto fingir que me detesta.Abr
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Cincuenta y tres
Enero, 2018.El sonido de la música resulta molesto, pero los gritos y risas de la gente son peores. Es como el mar de caos en el que nadie desea hundirse y aún así, lo hace. Una fiesta en la mansión de los populares.No sé en qué momento se me ocurrió acompañar a Raquel. Llevo cuatro días de conocerla y definitivamente me agrada, pero tal vez venir fue un error. Mis fiestas de preparatoria se reducían a una reunión con alcohol clandestino y risas en el patio, los padres haciéndose de la vista gorda en su habitación y los adolescentes jugando a ser mayores.Las fiestas universitarias cambiaron. Ya no había alcohol clandestino, ya no había padres descansando en sus habitaciones mientras los chicos hacían desastres abajo. Todo era un desconecte total, el suspiro de las decisiones, el respiro de la libertad. Y de vez en cuando me agradaba, pero nunca fui de esas que iban a perderse en alcohol cada fin de semana. Prefería algo más tranquilo. Igual Juan Pablo.Preferíamos encerrarnos en s
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Cincuenta y tres.2
Sentir a Uriel es tan liberador, se siente tan correcto. Lo que sea que esté murmurando en alemán, está bien, no me importa. Solo me centro en el sabor de su sangre en mi lengua, de sus labios recorriendo mi cuerpo desnudo. Mis manos en su cabello imploran por más, quiero más de él, quiero todo de él, quiero... No.Esto no tiene sentido. Gran parte de mí siente que lo mejor es entregarme a Uriel, permitirle hacerme tan suya como hacerlo mío. Pero eso está mal... No, mal no, solo que no es el momento. Es demasiado pronto. Lo conocí hace un mes y aunque ha sido de gran ayuda en el caso, no es suficiente.Debo controlarme, controlarlo, controlarnos.Uriel se tensa. Cuando me ve, su mirada es una plegaria.—No, por favor no.¿No qué? No puedo seguir adelante, no cuando mi vida y la de otros se está cayendo a pedazos. No cuando le dije que lo amaba cuando eso no es cierto.Este momento en específico me hace recordar aquella vez en que Ventura me rogó que no hiciéramos nada. Es tan vago el
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Cincuenta y tres.3
—Le creo —murmuro—. Dudo que Pavel sea malo.—Kendra —sus ojos encuentran los míos—. En este mundo hay gente mala, muy mala y no puedes ir pensando que todos tienen un lado bondadoso que va a relucir en algún momento. Ahora somos tú y yo. Solo los dos y tenemos que sobrevivir."Somos tú y yo." Algo en eso me genera un pánico indescriptible. Todos ellos están conectados de alguna forma: Dalia con Andrés, Pavel con Hernán. Sebastián tiene razón: Solo nos tenemos el uno al otro.—Tenemos que ir a la policía.Lentamente y casi como si no lo pensara, Sebastián alza la mano hasta acariciar mi mejilla, limpia una lágrima que no sentí caer. Su expresión es de agobio, de incertidumbre, nunca lo... Sentí tan desesperado. Porque ahora se debate entre cumplir mi deseo o darse un momento para pensar en otra solución.—Por favor.Y es lo único que necesita para aceptar.Suspira, aparta la mirada y me toma de la mano. Su tacto es reconfortante, algo familiar en toda la mierda que está pasando.Una v
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Cincuenta y cuatro
Mi teléfono timbra, pero por más que lo intente, no lo encuentro. No sé si es que he tomado mucho, si mi encuentro con Juan Pablo me ha afectado o si solo se trata del mareo que cobra fuerza por momentos.No debí beber de esa manera. Ni siquiera recuerdo exactamente qué tomé. Raquel se trajo una botella, pero también bebimos de todo lo que nos ofrecieron los grupitos por los que pasamos. Esta fiesta es un tanto diferente a las que solía ir en Sores, que tampoco eran muchas. Acá son más... Agradables.Me pregunto si habremos tomado alcohol adulterado de alguien. No. Estoy ebria, se parece un poco a la sensación que tuve hace poco más de una semana cuando bebí de más en nombre de Juan Pablo.Es tan irónico, esa vez quería que volviera y me dijera que me amaba, que todo fue un error y que seguiríamos como antes. Y hoy, hace unos minutos, lo mandé a la mierda. Me río fuertemente y me topo con un chico robusto y de aspecto imponente se atraviesa conmigo y me mira con desagrado, supongo que
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Cincuenta y cuatro.2
Alguien se acuclilla junto a mí. Siento su calor irradiar hacia mi cuerpo. Instintivamente me pego más a él. Siento sus latidos. Inmediatamente mi corazón busca imitar su ritmo, llega un momento en que nuestros corazones se sincronizan, laten al unísono. Y poco a poco el terror y el frío desaparecen. Mis respiraciones se ralentizan y mi mundo vuelve a brillar.—Es ist Zeit.Reconozco el momento exacto en el que todo se va a la mierda. Lo sé porque el terror y el horror se mezclan con la angustia y el dolor, con la maldad y la oscuridad, con la esperanza y la luz. Con algo tan simple como lo es la empatía.Hay gritos, hay súplicas, hay mil agujas pinchando mi cuerpo. Una risa macabra, un alarido enloquecido, un llanto desconsolado, una promesa de un futuro mejor.Y el enojo, oh, la furia es contagiosa. Es jalea hirviendo que pasea por mis entrañas y me grita que lo haga. ¿Qué haga qué?No sé, de pronto es tanto, que no puedo más. Me duele demasiado, simplemente debo cerrarme, dejar sal
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Cincuenta y cuatro.3
—¿Dana?En las películas de terror, hablar es tu sentencia de muerte, pero en este momento solo quiero llegar a mi amiga y salir de aquí.Me responde el silencio. El quejido ha guardado silencio.Dado que ni siquiera sé cómo salir de aquí, sigo adelante. Acá la luz es mucho menor, me he acostumbrado a la oscuridad, pero es difícil ver más allá de mis pasos. Rezo por no caerme y romperme una pierna.El quejido se reanuda y cobra fuerza. Lo sigo hasta llegar a una abertura por la que entreveo algo de luz. Apenas me asomo y veo una luz blanca proveniente del suelo que ilumina perfectamente a una persona amarrada a una silla, está de espaldas. Y aun así, la reconozco.—¡Dana!Corro y me pongo frente a ella. No la aprecio bien, pero tiene una mordaza en la boca y se remueve bruscamente.—Soy yo —digo apremiante—. Kendra.Sus ojos se abren en reconocimiento. Con los ojos me señala hacia la luz. Ahora que estoy cerca, veo que proviene de un teléfono. Su teléfono. Ilumino la soga que amarra s
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Cincuenta y cinco
La punzada de traición es más fuerte de lo que creí. Tristán Diener siempre me causó intriga (y no es cumplido), algunas veces incluso miedo. Y trataba de convencerme de que no era más que su mirada penetrante y sus aires de grandeza. Siempre que me inclinaba a sospechar de él, una parte de mí luchaba por buscar alternativas.No lo entiendo.Estábamos juntos en el refrigerador, pudo haber muerto, el mejor amigo de su hermana estaba a punto de morir, tal vez incluso tiene daño cerebral. ¿Qué mierda hace aquí? ¿Y por qué me mira como si su vida estuviera por derrumbarse?La mierda se ha convertido en una puta mierda y por encima de eso, está el alivio al saber que ni Ventura ni Uriel fueron culpables... Excepto por los tenis. ¿Existe la posibilidad de que fueran de Tristán?—Sé que no hay tantos sentimientos como para que tengas esa cara de estar por perder la cabeza.Belinda habla y esboza una sonrisa que pareciera agradable. Esa voz, su voz. ¡Es ella! Ahora la reconozco. La chica que
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Cincuenta y cinco.2
Dado que tampoco puedo permitir que mate a Giuliana así mi furia me esté rogando que sí, me lanzo hacia Belinda.—Te acercas y mato a esta —escucho a Joan decir.El debate dura un microsegundo. Prefiero a Dalia que a Giuliana.Belinda hace un ademán de apuñalar a Giuliana, Tristán se mueve para interponerse, pero entonces Belinda se detiene a un milímetro de su pecho y se voltea hacia mí.—Siempre supe que no se podía confiar en ti —me dice con odio en la mirada. ¿De qué habla? —Mira, corazón. Kendra es una hija de perra —acaricia la mejilla de Giuliana quien tiene lágrimas en los ojos—. ¿Lo sientes? Ese frío nacer desde lo más profundo y esparcirse por tu cuerpo, esas mil cuchillas perforar por dónde quiera que pasan —le quita la mordaza—. Yo también lo sentí. Es la decepción.Cuando Giuliana me mira, no hay más tristeza, no hay más ruego, solo un odio profundo.—Ella tendrá que demostrar que puede pertenecer —murmura Joan—. O la matarás, Giuli.—¿De qué mierda hablan? —cuestiono des
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Cincuenta y cinco.3
A la mierda los Diener, a la mierda Dana, a la mierda Juan Pablo. Si salgo de esto, directo a la policía. Si me quieren encarcelar, que lo hagan. Ya estuve ahí, no será igual, empezando porque lo único que recuerdo es que todo era triste, oscuro y difícil, seguro la cárcel será tres veces peor.Lo siguiente que noto es que Tristán se acerca a zancadas pesadas, se detiene frente a mí y me mira enfadado. Siento emanar el odio, el miedo, la intriga y la necesidad de... Besarme.—¿Qué hiciste?—Amanecí en una casa bañada en sangre —espeto, su furia de una u otra forma es contagiosa—. Vine a este maldito pueblo siguiendo a un imbécil que no me merece y terminé pasando los peores meses de mi vida.—No, ya no te creo —su voz es tan baja que debo esforzarme para escucharlo—. ¡Ve esto! Tú lo ocasionaste, sé que fuiste tú —sus ojos verdes emanan desesperación—. Dime qué está pasando.Nuestra mirada es tan profunda, que literalmente siento lo que él. Es como si fuéramos uno solo. No lo dejes sal
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