—Ayúdala—le dije a mi médico de apoyo, quien presionaba su vientre con determinación mientras yo le daba ánimos.Las contracciones eran cada vez más intensas y evidentes en el rostro de Hanna.—Ya, puja—le pedía, con voz firme y alentadora.El anestesiólogo, siempre atento, limpiaba el sudor de su frente, mientras la cabecita de uno de mis preciosos hijos comenzaba a asomarse.—Una vez más, casi lo tenemos—le susurré, y Hanna se esforzó una vez más en ese empuje decisivo.Mientras el médico de apoyo hacía su trabajo, tiré suavemente del cuerpecito de mi hijo, ayudando a que naciera.Y entonces, justo en ese momento mágico, mi bebé salió al mundo.Una inmensa felicidad se apoderó de mi corazón al ver sus rosadas mejillas y su cabello negro.Corté el cordón umbilical y le di algunas nalgadas suaves para estimular su llanto, que resonó como una de las melodías más hermosas que haya escuchado en mi vida.Pasé a mi bebé a las amorosas manos de la enfermera, quien lo limpió, lo pesó y revis
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