Dos milagros.
—¿Cómo vas, hijo? —preguntó Evelin, su voz suave y llena de cariño mientras entraba en la habitación iluminada por la luz dorada del atardecer.—Todo bien, mamá —respondió Otniel, levantando la vista de su escritorio abarrotado de papeles y libros.—Qué bueno, estoy muy feliz por ti —dijo Evelin, acercándose y colocando una mano cálida sobre el hombro de su hijo.—¿Quieres leerlo, verdad? —preguntó Otniel, con una sonrisa traviesa en los labios.Evelin asintió con entusiasmo, sus ojos brillando de emoción.—Por supuesto, mi hijo es escritor y quiero ser la primera en leer su libro —respondió, su voz llena de orgullo.—Ja, ja, ja, no seas ansiosa, te has leído los demás —río Otniel, sacudiendo la cabeza.—Pero este no —se quejó Evelin, frunciendo el ceño—. Quiero ser tu lectora beta.—Ya eres una de ellas —dijo Otniel, mirándola con ternura.—Pareciera que no —Evelin se cruzó de brazos, una acción que hizo reír a Otniel aún más.—Esta vez quiero que sea ella quien lo lea primero —dijo
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