35. ¡Abran paso! ¡Abran paso!
Media hora después, nervioso, alegre, como nunca en toda su vida, Santos Torrealba volvió a la habitación de su joven e inesperada esposa. Ella no estaba. — Buenos días, señor — saludó una mucama que cambiaba las sábanas esa mañana —. ¿Busca a su esposa? — Sí, ¿la has visto? — Creo que bajó al jardín, señor. ¿Quiere que vaya por ella? — No, gracias, yo me encargo — respondió, sospechando en donde podría encontrarla. Sonrió al descubrir que no se había equivocado, y que esa mañana, en especial, lucía como un ser celestial, enfundada en aquel fresco vestido de temporada. — Sabía que estarías aquí — mencionó al acercarse. Ana Paula alzó la vista, sonrojada. — ¿Crees que vaya a estar bien? — preguntó, refiriéndose al tigre en la jaula. Él se acercó. — Ordené que le trajeran comida y esta mañana volví a hablar con las autoridades encargadas. Es muy probable que el traslado a su hábitat sea antes de lo previsto. La dulce joven asintió, más tranquila, y volvió a mirar al felino con
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