Dulcinea se quedó perpleja. Matteo, sin embargo, sonrió suavemente:—La enfermera piensa que somos hermanos y que nos parecemos.Dulcinea pensó que bromeaba y no le dio mayor importancia.Pronto, la enfermera colocó el suero a Leonardo, y Matteo no mostró intención de irse.Se quedó conversando con Leonardo, y era evidente que al niño le caía bien.A mitad del suero, Leonardo finalmente se quedó dormido.La habitación quedó en silencio.Justo cuando Dulcinea iba a hablar, Matteo se adelantó:—¿No te preguntas por qué estoy en el hospital?—¿Por qué? —preguntó Dulcinea, sin mucho interés.Matteo sonrió, y sin molestarse, se acercó a la ventana para mirar la noche. Después de un rato, habló en voz baja:—Tuve una enfermedad de la sangre. A los dieciséis años, me hicieron un trasplante de médula ósea. A través de los canales especiales de mi familia, descubrí que quien me donó la médula era de esta ciudad, y solo tres años mayor que yo.Se giró para mirarla, con su rostro pálido y elegante
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