Constantino, con un tono de sinceridad y una mirada que denotaba años de arrepentimiento, dijo – Hay algo que quiero decirte. Es algo de lo que he estado intentando hablarte desde hace mucho, pero no tenía la oportunidad. Así que por favor, al menos hasta que lleguemos a la capital del Imperio, ¿podrías escucharme?Eleanor había dejado de odiar a Constantino hace mucho tiempo, porque siendo una santa, el odio no debía ser parte de sus emociones. Sin embargo, eso no significaba que lo hubiera perdonado por lo que le hizo. Con el tiempo, el sentimiento se había desvanecido, aunque no al punto del perdón. Pero ahora Constantino quería ser escuchado y ella no podía negarse.– Bien, di lo que tengas que decir, al menos hasta que lleguemos a la capital – respondió Eleanor.Ambos cabalgaban a través de un sendero boscoso, el follaje denso y verde creaba un dosel sobre sus cabezas, filtrando la luz del sol en parpadeos dorados. El aire era fresco y el aroma de la tierra húmeda llenaba sus sen
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