EL PESO DE UN PASADO. Erika forcejeaba con el lobo sobre ella, pero por más que lo intentaba, el lobo no se detenía. Sus manos empujaban contra el fuerte cuerpo, sus dedos intentando encontrar un punto de palanca para liberarse, pero era como empujar una montaña. ― ¡Por favor, no lo hagas! ¡Déjame! ¡Te lo ruego! ―suplicaba Erika, su voz quebrada por el pánico y la desesperación. Las palabras se ahogaban en el aire espeso del terror que la envolvía. Pero el lobo sobre ella la presionaba con más fuerza, su peso, una sentencia ineludible. ―No te quejes, ―le espetó con desprecio. ―Eres una simple Omega, no vales nada y a nadie le interesas. Tu único propósito en esta vida es complacer a un Alfa. ― ¡Noooooo por favor, déjame… te lo suplico, te lo suplico! ―Las lágrimas de Erika se mezclaban con sus súplicas, cada palabra un puñal que intentaba perforar la indiferencia del lobo. ―No hay súplica que me detenga, ―gruñó él, impasible a su dolor. ―Puedo oler tu celo, Erika, y te deseo, y te
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