Una vez que Isabella se queda dormida, salgo de la habitación y me detengo en el corredor. Me paso las manos por la cara y meso mi cabello con impotencia.―¿Qué demonios estoy haciendo?Una voz responde a la pregunta que me hago a mí mismo, tomándome por sorpresa.―Lo mismo me he estado preguntando, Massimo ―suelto un suspiro de resignación―. ¿Cómo se te ocurre ponerle el mismo nombre de mi hermana?Miro a ambos lados del pasillo y me aseguro de que no haya nadie en los alrededores que pueda escuchar esta conversación.―Porque fue lo único que se me ocurrió en ese instante, Antonio ―le explico, avergonzado―. Tú mejor que nadie sabe que aún llevo su identificación en la cartera, así que, cuando la administración me pidió información, usé lo que tenía a la mano.Ahora es que me doy cuenta del alcance de lo que hice.―Todo el mundo sabe que tu mujer está muerta ―me recuerda―. ¿Cómo piensas explicarlo?¡Joder! Para ser sincero, no pensé en ello.―Nadie tiene por qué enterarse ―me defiendo,
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