Las lágrimas se confunden con las gotas de lluvia que salpican sobre mi rostro. Me quedo parada allí, con la mirada perdida y el alma destrozada, mientras el temporal empapa todo mi cuerpo. No puedo creer que él me haya dado la espalda cuando más lo necesitaba. ―Por favor, Lud ―susurro para mí misma, al borde de la desesperación y el colapso―, te necesito ―cuando me convenzo de que Lud no vendrá y que poco le importa lo que me suceda, me abalanzo sobre la puerta y comienzo a golpearla con los puños―. ¡Lud, ayúdame, por favor, no tengo a nadie más a quién acudir! ―grito y lloro con angustia e impotencia―, no me abandones… te lo suplico. La puerta se abre, repentinamente, obligándome a dar un par de pasos hacia atrás, pero no es Lud el que aparece, sino el mismo hombre que me trajo hasta este lugar. ―¿Qué parte no entendiste de que el jefe no quiere saber nada de ti, puta? Cuando menos me lo espero me da una cachetada que me envía directo al suelo. Llevo una de las manos hasta mi mej
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