Isla podría creer que lo estaba engañando, pero estaba equivocada. Horatio se habría dado cuenta de que ella estaba tratando de ocultarle algo, aun si no la habría estado vigilando constantemente. Desde que habían vuelto de la cabaña de sus padres, no le había quitado la vista de encima. Isla tenía algo. No se había vuelto a desmayar, pero Horatio había notado algunos otros síntomas que llamaron su atención. Cansancio, extraña pérdida de apetito y a veces se ponía algo pálida sin motivo aparente. Eso no era normal y estaba dispuesto a averiguar la causa. Le había dado el tiempo suficiente, era hora de hacerse cargo. La oficina de Isla estaba cerrar y él se las ingenió para abrir la puerta con el vaso de café y la botella de agua. —Hola, dulzura —saludó. Isla levantó la mirada y, al verlo, señaló el teléfono con un dedo. —Sí, así es —dijo ella a la persona que estaba del otro lado de la llamada. Horatio se sentó frente al escritorio y esperó, paciente, a que terminara. —Por supue
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