La sentaron frente a una mesa dentro de un solárium hermoso, con flores increíblemente bellas, ella nunca las había visto. Había paz, pero solo en el lugar. Sofía por dentro era un mar de muchas cosas a la vez. Nunca ocultaron su cara ni sus ojos, dejaron que lo viera todo. Le habían quitado el impermeable, quedando en suéter manga larga de lana, jean y las botas. No cruzaron palabras con ella en ningún momento. Se dio cuenta —perfecto— donde quedaba la casa de Gael, dónde vivía él junto a su esposa, de quien no sabía absolutamente nada, regañándose a sí misma por no haber investigado un poco más. No importaba, ya estaba allí y se sentía en cierto modo protegida, porque en todo momento los habían seguido, así pudo saberlo ella al mirar para atrás de manera constante. La opulencia era extrema. Para ella era demasiado el lujo que la rodeaba mientras atravesaba pasillos y áreas de altos techos, pisos de mármol, mueblería de la más fina, olores agradables, pero nada de gente, no se topa
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