Emma era tímida, pero cuando estaba muy nerviosa solía hablar más de lo que debería. Aunque su nuevo amigo, Alessandro, no le daba miedo, le producía nervios. Por esa razón, le contaba todo lo que había en su cabeza. Era un problema porque ella era un manojo de angustia todos los días. Emma ayudó mucho en el orfanato ese día y por mala suerte, se quedó sin comer. Ella no llegó a tiempo para la cena y su comida se perdió. A la mañana siguiente, fue castigada porque una de las monjas del convento dijo que Emma la había espiado en el baño. Ella no dijo nada y recibió su castigo con orgullo. Jamás se quejó y esa era una de las razones por la que seguían metiéndose con ella. Emma no era más que una joven de 24 años y siempre le disgustó verse al espejo. Su apariencia le traía problemas y sí, ella sabía que era hermosa, pero para encajar, trataba de mantenerse al margen. —¿Te duele? —le preguntó, Sor María, preocupada. Ella era una mujer mayor, pero lamentablemente, no podía hacer nada p
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