Prólogo.Habían pasado dos años desde la última vez que Alessandro había visto a Antonella. Ella no había muerto en el momento que intentó acabar con la vida de su hermana menor, pero eso no le quitaba las ganas de acabar con ella con sus propias manos. Para la mafia, no importa de qué país fuera, le debías lealtad a todos y las mujeres eran sagradas. Una traición de parte de tu compañera y se acaba todo. Él esperó, pacientemente, a que ella quedara sola y atacó en silencio a su presa.¿Maníaco o psicópata? Las dos definiciones le quedaban bien. Capturó el autobús en donde trasladaban a Antonella, logrando que pareciera un accidente de tránsito. Las calles angostas las cerró y él descendió de su auto blindado. —Por favor... Tengo familia. No me haga daño —le rogó el chófer. Él miró al policía con desprecio.El único hombre uniformado que le caía bien era su cuñado. —No tengo nada que ver contigo —pronunció sus palabras.Antonella, al verlo caminar hacia ella, supo inmediatamente qu
La gente tenía una lista de personas con las que no quieres toparte. El primer lugar lo tenía Fabrizio y el segundo, obviamente, Alessandro. La diferencia entre ellos dos, es que, uno razonaba y el otro trabaja por impulso. Uno era cuerdo y el otro estaba loco, pero al final del día, ambos tenían sed de sangre. Por esa razón, la organización se mantenía en pie. Uno complementaba al otro. Alessandro amaneció con ganas de acabar con un cabo suelto y eso hizo. Por eso en su cabeza no le cabía la molestia de Fabrizio.—¡Asesinaste al militar, Alessandro! —le gritaba con furia—. ¿Sabes los problemas que nos va a traer eso? ¡Tenemos un jodido tratado de paz que debemos seguir! ¡Di mi palabra, maldición! —golpeó el escritorio.Fabrizio, al enterarse de lo sucedido, tuvo que volar rápidamente a Irlanda para saber qué pasaba por la cabeza del imbécil que tenía como mano derecha.—Espera un segundo, Fabrizio. No fue tan así —miró a Kylian y supo que estaba jodido—. Tu local es un bonito bar d
Emma era tímida, pero cuando estaba muy nerviosa solía hablar más de lo que debería. Aunque su nuevo amigo, Alessandro, no le daba miedo, le producía nervios. Por esa razón, le contaba todo lo que había en su cabeza. Era un problema porque ella era un manojo de angustia todos los días. Emma ayudó mucho en el orfanato ese día y por mala suerte, se quedó sin comer. Ella no llegó a tiempo para la cena y su comida se perdió. A la mañana siguiente, fue castigada porque una de las monjas del convento dijo que Emma la había espiado en el baño. Ella no dijo nada y recibió su castigo con orgullo. Jamás se quejó y esa era una de las razones por la que seguían metiéndose con ella. Emma no era más que una joven de 24 años y siempre le disgustó verse al espejo. Su apariencia le traía problemas y sí, ella sabía que era hermosa, pero para encajar, trataba de mantenerse al margen. —¿Te duele? —le preguntó, Sor María, preocupada. Ella era una mujer mayor, pero lamentablemente, no podía hacer nada p
Emma seguía esperando a que la madre superiora volviera por ella. Tenía mucha hambre y ya sabía que mañana le tocaba ayunar. A veces deseaba ser una novicia rebelde. Así como una vez le explicó su madre cuando era niña.Esa mansión era demasiado grande y podías escuchar hasta el sonido de un alfiler cayendo al suelo. Si ella llamaba a alguien, probablemente, se escucharía por todos lados. La madre superiora apareció y le hizo señas para que se acercara a donde estaba ella. Esperaba tener días libres mientras estuviesen aquí. Emma, realmente, quería conocer la ciudad. Tratando de disimular las molestias que sentía en sus nalgas, caminó a donde se le llamó. No supo si fue coincidencia, pero ahí se encontraba nuevamente, Alessandro. No demostró ningún tipo de emoción al verlo y algo en su pecho le hizo tener miedo. «¿Acaso me está persiguiendo?», pensó, pero le resultó bastante imposible. Emma no había dado direcciones y tampoco se había sentido perseguida. Sabía cómo actuaban los aco
Emma estaba avergonzada por lo que había sucedido, pero no podía hacer más nada. Su cuerpo dolía y él lo sabía. Debía ser un hombre lo suficientemente detallista con las personas para darse cuenta de eso. Cristal, su nueva conocida, la había llevado a un departamento enorme para ella sola. Era increíble lo gigante que era. Vió dos maletas más que no le pertenecían en la sala y pensó que ella viviría con alguien más.—Aquí estarás por un tiempo. Puedes hacer el cambio que quieras y pedirme lo que desees. Estoy en el piso 6 por si necesitas algo. La hermana María y el padre Antonio están en edificios diferentes —le informó la chica.Ella se giró y le pareció cálido, pero demasiado grande el departamento para ella sola. Una sonrisa se dibujó en su rostro y se atrevió a preguntar.—¿Puedo poner la navidad? Ya estamos en época para hacerlo y es mi temporada favorita —en la habitación del convento tenía un pequeño árbol artificial. Quería estar en Alemania para navidad, pero suponía que es
Cometer errores es algo muy común estos días y es normal en el ser humano. A veces nos hacemos los sordos y creemos ciegamente saberlo todo. Solo que al final del camino podemos encontrarnos con una pared muy dura que nos hace abrir los ojos.Fabrizio era la pared de Alessandro y se dió cuenta muy tarde de los errores que había cometido. Tal vez se confió porque le dejaba pasar algunas de sus tonterías, pero el hombre, antes de ser su amigo, era un mafioso.—¿Ahora te arrepientes de tus estupideces? Me he aguantado todo, Alessandro. ¡Jodidamente todo, pero la monja no tiene la culpa de nada! —lo golpeó en la cara—. Es inocente... ¡Tiene dos años menos que mi hermana si ella estuviese viva!Volvió a golpearlo con fuerza, estaba atado de manos arriba con unas cadenas y su cuerpo se tambaleaba de un lado al otro. Era la casa de Alessandro, en el sótano, precisamente.—Fabrizio, ya tienes más de media hora golpeándolo... —la voz de Aysel lo irritaba. Era de acento turco, pero carrasposa.
—¡Nos vamos de aquí ahora mismo! —el brazo de Emma fue tomado por el padre Antonio—. Es peligroso seguir en este lugar.Sor María estuvo de acuerdo y la arrastraron para irse de la mansión de Fabrizio. Emma, por más que quiso quedarse, no pudo y solo siguió a su gente. Alessandro se sentó y quiso ir corriendo detrás de ella, pero la mano de Fabrizio lo detuvo.—Así de fácil la alejan de nosotros, Alessandro. Ahora María y Antonio nos tendrán en su lista negra y te será difícil acercarse a ella —miró a Fabrizio, pero no dijo nada.—No era necesario que hicieras eso, pero como no se te puede llevar la contraria —intervino Aysel—. ¿Ahora sí puedo curar a Alessandro?—Vamos a dejar que se muera desangrado —la miró mal.—Ni siquiera sé para qué intento dialogar contigo —se quejó, sacó su celular, escribió algo y una sonrisa se dibujó en su rostro, cuando el celular de Fabrizio empezó a sonar.—Esto no se va a quedar así, Aysel —la señaló y se levantó para atender la llamada—. Piccola, solo
Alessandro había pasado la mejor noche de su vida hablando con Emma. Él no era precisamente la persona más comunicativa del mundo. Era cerrado y frío. La única manera de que lo vieran hablando era cuando hacía su trabajo. Y realmente, lo hacía muy bien. Emma se durmió en el sofá cama que había en la habitación y Cristal llevó sus uniformes de monjas para que ella se vistiera en el hospital. Obviamente, regresar a su casa no era una opción y mucho menos si solo estaba en pijama. —Siento mucho haberme dormido aquí, pero me alivia mucho verte mejor —él la vió ponerse sus zapatos. Ya había escondido su hermosa cabellera y su cuerpo ya no le pertenecía al pecado. No pudo sonreír porque le dolía la cara, pero en lo que pudiera, haría alguna broma estúpida para verla sonrojarse. —¿Vas a desayunar? —ella alzó la cabeza, ante su pregunta.—Lo haré escondida de Sor María y el padre Antonio. Ya ellos deben venir para acá. Anoche me dijeron que no volveremos a tener alguna comida con ustedes