UN PRECIO DEMASIADO ALTO. El silencio de la noche se cernía sobre la celda fría y solitaria donde Erika yacía en un sueño inquieto. La luna se ocultaba, como si presagiara la oscuridad que se avecinaba. De repente, un temblor sutil, casi imperceptible, recorrió el suelo de piedra. Erika, aun en las garras del sueño, sintió cómo sus sentidos, agudizados por el instinto de supervivencia, se disparaban en alerta máxima. Algo había cambiado en la atmósfera, algo o alguien había invadido su espacio sagrado. Sus ojos se abrieron de golpe, y la poca luz que se filtraba a través de las rejas reveló una silueta imponente. Un lobo marrón, con ojos que destellaban una sed asesina, la observaba fijamente. Erika no necesitaba preguntar; conocía esos ojos, esa presencia. Era Sedrik, o mejor dicho, un emisario de muerte. ―Él te envió, ¿verdad? ―su voz era un gruñido bajo, cargado de desafío y furia contenida. ―¡Pues entonces no moriré sin pelear! ―¡Los traidores merecen la muerte como castigo! ―g
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