Enzo no podía creer lo que sus ojos veían. Jamás pensó, ser testigo de algo tan atroz como esto; sin embargo, agradecía haberla encontrado antes. El hombre, regordete que estaba encima de ella, se levantó y se acomodó los pantalones, y solo eso, hizo enfurecer al magnate, que no dudó en disparar, justo en sus partes, haciendo que el hombre grite y se retuerza de dolor. Se acercó a ella, y; sin embargo, su respuesta, fue lo opuesto a lo que esperaba. Ella retrocedió y gruño desesperada, mientras mantenía los ojos cerrados por el miedo. — Tranquila, soy yo — musitó despacio, mientras tomaba sus manos, para calmarla —. Abre tus ojos, Keila. Estoy aquí para sacarte. Ella, al escuchar su voz, una sensación de paz sintió. No entendía por qué, pero agradecía; sin embargo, se rehusaba a abrir los ojos, y encontrarse con una realidad diferente. — No me hagan daño, por favor. No me hagan daño — suplicó, y Enzo, no pudo evitar sentir lástima por ella. — Ya no te harán daño — respondió. Des
Leer más