17. Veinte canastas. ¡Sí, señor!
Dos horas más tarde, Calioppe llevaba apenas casi tres canastas, y aunque no se rendía, sí se sentía bastante cansada. Su espalda y manos dolían, así mismo su cintura. Para el medio día, todos pararon. — Señorita Calioppe, descanse un poco, ya es la hora de la comida. Vaya a la casa grande — le dijo Lisandro, al notarla bastante agotada. Ella se secó el sudor y alzó la vista con una optimista sonrisa. Todo mundo dejaba sus canastas y se retiraba. Allí fue cuando notó que le llevaban una diferencia de casi cinco canastas. Iba muy atrasada. — Me quedaré un poco más, Lisandro, gracias. El buen hombre, que cruzaba los cuarenta, se quitó el sombrero. — ¿Está segura? No tiene por qué quedarse, mire, todos ya se están yendo a almorzar. Ella volvió a sonreír. — Estoy bien, de verdad. Terminaré esta canasta y entonces comeré algo. Lisandro asintió con gesto preocupado. Esa muchacha no estaba hecha para ese tipo de trabajos. Después se retiró a comer con su mujer y sus hijos pequeños.
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