Solo había pasado un día en este maldito cuarto oscuro que parecía caerse a pedazos. Samar era muy inteligente y desconfiada. Tanto la comida como el material para curarme las heridas, me las arrojaba a la cama o las acercaba con una bandeja. Sabía lo ágil que podía ser y con un solo error que cometiera, podía obligarla a liberarme, aunque me sentía aún muy débil y adolorido para pelear. De pronto la puerta se abrió, azotándose. Samar llevaba solo un periódico doblado, se plantó a unos pasos de mí, los suficientes para poder demostrarme su enojo y confusión, pero no tan cerca como para que pudiera alcanzarla. Me lanzó el periódico, el cual atrapé con mi mano libre, mientras mi mirada seguía clavada en ella. ―Explica eso… ―dijo cruzada de brazos. Desdoblé el papel, era la sección de sociales y la fotografía me revolvió el estómago. Se trataba de ese hombre con mi rostro, a las afueras del aeropuerto de Moscú, mientras cargaba a mi hijo y besaba a mi mujer. «Viktor Volkov, arrepenti
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