―Ha pasado un año desde que nos separamos y, como de seguro ya sabes, estoy próximo a casarme. ―Viktor tomó un folder con papeles que estaba sobre la mesa y me lo entregó―. Necesito que firmes el divorcio cuanto antes. En verdad me urge.
Estaba confundida, me sentía mareada y no sabía qué pensar, me estaba volviendo loca.
―¿No escuchaste? ¡Llevo prisa! ―exclamó ansioso―. Odio este lugar y su maldito clima de mierda. ¡Anda! ¡Apúrate!
―Entonces… son ciertos los rumores. ―Me senté ante la mesa y revisé los papeles, ya estaban firmados por él.
―La próxima semana me casaré con Alexa y me urge tener todo en orden…
LAYLA Llegué corriendo al departamento, la puerta estaba abierta y astillada, como si alguien hubiera entrado a la fuerza. Entré con sigilo y tomé el paraguas de la entrada como única arma. Caminé de puntitas entre los destrozos hasta llegar a mi habitación. La cuna de mi pequeña Azhar estaba vacía y mi corazón dio un vuelco. ¿También se la había llevado? Cuando me asomé del otro lado de la cama, tuve que brincar hacia atrás, pues su sonaja había salido despedida desde el clóset medio abierto y rompió el espejo del tocador. ―Lo siento… pensé que había vuelto ese maldito… ―dijo Samar saliendo con Azhar entre sus brazos. No sabía que era peor, mi pequeña llorando asustada o el aspecto de Samar, con un ojo morado y el labio roto. VIKTORIntenté defenderme de Max, pero todo se complicó cuando sus ayudantes intervinieron. Ahora yo perecía en el suelo de la habitación, en un charco de sangre mientras él reía y jugaba con el «shemagh».―Huir de Rusia fue lo peor que pudiste hacer… ¿Creías que Alexa y yo dejaríamos pasar el desaire que le hiciste a la familia casándote con esa mujer? ―preguntó divertido mientras veía y rompía todo a su alrededor.―¿Cómo supieron que estaba aquí? ―inquirí después de escupir un pedazo de diente roto.―Un pajarito nos lo dijo ―contestó divertido y se mordió los labios, se moría por regodearse―. ¿Creíste que AbCapítulo 24: Eso es lo que pasa cuando mientes
Solo había pasado un día en este maldito cuarto oscuro que parecía caerse a pedazos. Samar era muy inteligente y desconfiada. Tanto la comida como el material para curarme las heridas, me las arrojaba a la cama o las acercaba con una bandeja. Sabía lo ágil que podía ser y con un solo error que cometiera, podía obligarla a liberarme, aunque me sentía aún muy débil y adolorido para pelear. De pronto la puerta se abrió, azotándose. Samar llevaba solo un periódico doblado, se plantó a unos pasos de mí, los suficientes para poder demostrarme su enojo y confusión, pero no tan cerca como para que pudiera alcanzarla. Me lanzó el periódico, el cual atrapé con mi mano libre, mientras mi mirada seguía clavada en ella. ―Explica eso… ―dijo cruzada de brazos. Desdoblé el papel, era la sección de sociales y la fotografía me revolvió el estómago. Se trataba de ese hombre con mi rostro, a las afueras del aeropuerto de Moscú, mientras cargaba a mi hijo y besaba a mi mujer. «Viktor Volkov, arrepenti
LAYLALas noticias no mentían, la mansión de Midas se había consumido en llamas. Encontraron los cuerpos de varias mujeres que eran parte de la servidumbre y aún faltaban unos cuantos por reconocer. Había sido una masacre cruel y no había señales de que él sobreviviera.En silencio, derramé lágrimas amargas. ¿Cuándo dejaría de perder? Todo lo bueno que llegaba a mi vida, se iba, se marchitaba. Si Midas convertía todo lo que tocaba en oro, ¿quién era yo, que pudría todo lo que llegaba a mis manos?―Con el empresario posiblemente muerto y la dueña de la organización de regreso en Rusia, ¿qué pasará con la fundación Al-Ihsan: Nutriendo, Educando y Empoderando? ―pregunt&o
Viktor y Alexa salieron del despacho, con sus miradas clavadas en nosotras.―¿Layla? ¿Qué se supone que estás haciendo, corazón? ―preguntó Viktor entre dientes, tomándome con fuerza del brazo y acercando su rostro al mío.―¿No es obvio? Nos espiaban… ―contestó Alexa―. ¿Quieres otro motivo para deshacerte de ella?―Imposible, mi hermosa esposa es incapaz de hacer algo así, ¿verdad, Layla? ―preguntó Viktor con ternura y tomó mi rostro entre sus manos―. Ella sabe que tiene que portarse bien.―¡Deja de hacerte el imbécil… Viktor! ―exclamó Alexa furiosa―. Mantén a esa zorra cerca de ti y sufrirás las consecuencias.
―Yo no te haré daño, te trataré como una reina, como te mereces ―agregó ese hombre arrogante e insoportable―. Te prometo que tendrás una vida llena de opulencia y amor, pero de nueva cuenta, no puedo cumplir nada de eso si no te portas bien.Me arrojó a la cama y me agarré el cuello, sobándolo mientras evitaba verlo a los ojos.―Piensa en lo que te dije, tu silencio y obediencia serán recompensados… así como tu rebeldía puede ser castigada. Tomate tu tiempo. Espero que mañana por la mañana tengas una respuesta… ―agregó mientras se acercaba a la puerta―. Por si te lo preguntas, no… ahora que… «sabes» lo que está pasando, no puedo dejarte ir. Así que tus opciones se reducen mucho. ¿Quieres una vida de
Los siguientes días en esa casa fui solo un mueble, un alma que se movía por inercia, tratando de no llamar la atención, pero al final del día terminábamos igual: él molestándose por un motivo diferente, golpeándome y encerrándome en el baño mientras metía a otra de sus amantes a la habitación, para que, al día siguiente, después de despedirla en la puerta, me sacara del baño, curara mis heridas, me ofreciera un regalo tan caro como la gravedad de sus golpes y me llenara de besos.Cada mañana me presentaba con una lesión nueva, mi rostro era una mancha violácea y verduzca, y mis labios parecían estar adheridos por tanto tiempo que había guardado silencio. André no dudaba en mostrar su sorpresa y preocupación, dedicándome miradas tristes duran
―¿Layla Sharif? ―preguntó la mujer, con media sonrisa, a lo que yo solo asentí.―Supongo que tendrán que darnos un bono extra ―contestó un hombre alto e imponente, con los cabellos tan negros como la noche y ojos dorados como los de un león. Tomó con gentileza a André, intentando consolarlo―. Tranquilo, pequeño. Tu madre ya está aquí. Ya no llores.Me entregó a mi bebé, que de inmediato se aferró a mi cuello, asustado, y continuó llorando, mientras mis brazos lo estrechaban y mis besos intentaban confortarlo.―Se siente bien hacer algo… «justo» de vez en cuando ―dijo la mujer que me había ayudado y acarició la mejilla del feroz león negro que parecí