LAYLA
Las noticias no mentían, la mansión de Midas se había consumido en llamas. Encontraron los cuerpos de varias mujeres que eran parte de la servidumbre y aún faltaban unos cuantos por reconocer. Había sido una masacre cruel y no había señales de que él sobreviviera.
En silencio, derramé lágrimas amargas. ¿Cuándo dejaría de perder? Todo lo bueno que llegaba a mi vida, se iba, se marchitaba. Si Midas convertía todo lo que tocaba en oro, ¿quién era yo, que pudría todo lo que llegaba a mis manos?
―Con el empresario posiblemente muerto y la dueña de la organización de regreso en Rusia, ¿qué pasará con la fundación Al-Ihsan: Nutriendo, Educando y Empoderando? ―pregunt&o
Viktor y Alexa salieron del despacho, con sus miradas clavadas en nosotras.―¿Layla? ¿Qué se supone que estás haciendo, corazón? ―preguntó Viktor entre dientes, tomándome con fuerza del brazo y acercando su rostro al mío.―¿No es obvio? Nos espiaban… ―contestó Alexa―. ¿Quieres otro motivo para deshacerte de ella?―Imposible, mi hermosa esposa es incapaz de hacer algo así, ¿verdad, Layla? ―preguntó Viktor con ternura y tomó mi rostro entre sus manos―. Ella sabe que tiene que portarse bien.―¡Deja de hacerte el imbécil… Viktor! ―exclamó Alexa furiosa―. Mantén a esa zorra cerca de ti y sufrirás las consecuencias.
―Yo no te haré daño, te trataré como una reina, como te mereces ―agregó ese hombre arrogante e insoportable―. Te prometo que tendrás una vida llena de opulencia y amor, pero de nueva cuenta, no puedo cumplir nada de eso si no te portas bien.Me arrojó a la cama y me agarré el cuello, sobándolo mientras evitaba verlo a los ojos.―Piensa en lo que te dije, tu silencio y obediencia serán recompensados… así como tu rebeldía puede ser castigada. Tomate tu tiempo. Espero que mañana por la mañana tengas una respuesta… ―agregó mientras se acercaba a la puerta―. Por si te lo preguntas, no… ahora que… «sabes» lo que está pasando, no puedo dejarte ir. Así que tus opciones se reducen mucho. ¿Quieres una vida de
Los siguientes días en esa casa fui solo un mueble, un alma que se movía por inercia, tratando de no llamar la atención, pero al final del día terminábamos igual: él molestándose por un motivo diferente, golpeándome y encerrándome en el baño mientras metía a otra de sus amantes a la habitación, para que, al día siguiente, después de despedirla en la puerta, me sacara del baño, curara mis heridas, me ofreciera un regalo tan caro como la gravedad de sus golpes y me llenara de besos.Cada mañana me presentaba con una lesión nueva, mi rostro era una mancha violácea y verduzca, y mis labios parecían estar adheridos por tanto tiempo que había guardado silencio. André no dudaba en mostrar su sorpresa y preocupación, dedicándome miradas tristes duran
―¿Layla Sharif? ―preguntó la mujer, con media sonrisa, a lo que yo solo asentí.―Supongo que tendrán que darnos un bono extra ―contestó un hombre alto e imponente, con los cabellos tan negros como la noche y ojos dorados como los de un león. Tomó con gentileza a André, intentando consolarlo―. Tranquilo, pequeño. Tu madre ya está aquí. Ya no llores.Me entregó a mi bebé, que de inmediato se aferró a mi cuello, asustado, y continuó llorando, mientras mis brazos lo estrechaban y mis besos intentaban confortarlo.―Se siente bien hacer algo… «justo» de vez en cuando ―dijo la mujer que me había ayudado y acarició la mejilla del feroz león negro que parecí
VIKTORPor primera vez en mucho tiempo me veía al espejo. Mi rostro tenía heridas que no se borrarían tan fácil. El maldito de Max me había golpeado hasta el cansancio, pero ya tendría oportunidad de tomar mi venganza. No permitiría que ese par de hermanos se salieran con la suya, pero aún no era el momento.Vi por el reflejo a Layla durmiendo plácidamente, abrazada a mi almohada, olfateando mi aroma. Me dolía ver su piel herida, pero me sentía dichoso de haber probado su amor. Se levantó, retorciéndose entre las cobijas y cubriendo su cuerpo con una sábana antes de acercarse a mí. Su cabello alborotado y su mirada somnolienta la hacían ver preciosa. ―Buenos días ―dijo con una sonrisa cálida que tocó mi corazón. ―Buenos días… ―contesté mientras se abrazaba a mí y veía con atención mi reflejo. ―Cada cicatriz demuestra los obstáculos que has superado… ―agregó mientras acariciaba mi rostro―. Eres un hombre fuerte. ―Tengo una mujer fuerte, debo demostrar que estoy a su altura ―contest
VIKTORVeía atento las placas en el negatoscopio, como si en verdad pudiera ver lo mismo que el doctor veía. La mano de Layla se aferraba a la mía, ansiosa por escuchar la interpretación de los estudios. ―Es un milagro que su columna siga unida, señor Volkov… ―dijo el doctor pensativo, mientras su mirada seguía analizando las imágenes―. Los golpes que recibió, aunados al escaso reposo y nula atención médica, han derivado en una complicación severa.―Vaya al grano… ―Mi paciencia se estaba acabando.―Su columna está hecha polvo… Los discos intervertebrales protruidos, las vértebras fracturadas. Es un milagro que siga caminando sin dolor…En algo estaba equivocado, y es que el dolor era insoportable. Después de ordenar el papeleo pendiente en la fundación y regresar a Rusia, no pude disfrutar lo suficiente de mi familia cuando el dolor de espalda se acentuó. No podía cargar a mi pequeña Azhar, mucho menos jugar con André. Los dolores me despertaban a medianoche y ninguna pastilla era ca
La voz de Mikhail me tomó por sorpresa. Pegue un brinco y casi tiré la canasta con fresas, pero este la tomó con una mano, evitando que tocara el piso, y me ofreció una sonrisa confiada.No podía dejar de verlo con rencor, ese hombre era un lobo con piel de cordero. ¿Cómo podía darle la espalda a Viktor? ¿Cómo podía ambicionar su lugar?Tomé la canasta y retrocedí, llena de desconfianza. ―¿Qué haces aquí?―¿Esa es la forma en la que recibes a tu cuñado? ―preguntó divertido, como si mi actitud fuera infantil.―Quieres quedarte con el puesto de Viktor. ¿Mereces que te trate mejor? No lo creo…
VIKTORMe sostenía del lavabo del baño, intentando tomar fuerzas para tolerar el dolor que me atormentaba. No me sentía capaz de presentarme a esa fiesta, pero tampoco estaba dispuesto a dejar sola a Layla con toda esa gente.―¿Viktor? ―preguntó asomada por el borde de la puerta―. Toma, te traje tu medicamento…―No lo quiero… ―respondí con los dientes apretados. Esa medicina ya no me ayudaba, no era suficiente. Estaba harto de llenarme de pastillas la boca y no percibir ningún resultado.―Por favor, Viktor… Tomate tus pastillas, te sentirás mejor. ―Se acercó aún más, ofreciéndome el vaso de agua y las tabletas. Era palpable su preocupación, pero también mi enojo.&