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Todos los capítulos de UN BEBÉ PARA EL ARROGANTE CEO: Capítulo 51 - Capítulo 60
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51. Buenos de cierta manera
—¿En qué piensas?Juan Miguel observa a un pensativo Luis Ángel que bebe vino a esas horas del día, con un cigarro apenas encendido.—Ya sabes que María Teresa es la madre de Ángel.—Claro.—Y que yo tengo la custodia del niño…Juan Miguel suspira.Luis Ángel aprieta los labios.—Me odia. —Hombre, es que…—Me odia. María Teresa no quiere verme, no quiere perdonarme. Me odia, y yo más —Luis Ángel se toma de los ojos—, caigo enamorado de ella. Cabrón, cabrón. Me enloquece esa mujer, y ahora la única mujer que más he amado en esta vida no quiere saber nada de mí. Y se sirve más vino. Juan Miguel le quita la botella.—No consigues nada emborrachándote. —¿Qué puedo hacer…?Juan Miguel se echa a reír, negando.—Realmente amas a esa mujer. Pero lucha por ella, demuestra que estás arrepentido, haz las acciones, deja de lado tu orgullo y ve por ella. María Teresa es una gran mujer, y cualquiera querrá conquistarla.Luis Ángel parece reaccionar y sus fuertes brazos se cruzan sobre su pecho.—
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52. Confusión
Ese recuerdo la emboba, María Teresa necesita un poco de tiempo para procesarlo. Se moja los labios, y abre la puerta de su auto.Entra.—¡¿Estás loco?! Sal de mi auto.—¿Es lo que quieres?—Eres un malnacido —susurra María Teresa mirando sus labios—, cabrón, h*** de p*** —murmura, jadeando.—Esos labios, María Teresa. Qué rebelde te has vuelto.—¡No me digas qué decir!—No digas más. Ven aquí, amor.Y la ataja de una vez. La pone a horcajadas en sus regazo. Ni siquiera pueden controlar nuevamente el deseo de quitarse la ropa y dejar a sus entradas unirse, allí, en el auto y en medio de la soledad que en cualquier momento podría hacerlo volver a realidad. María Teresa no piensa con claridad cuando se trata de Luis Ángel, y tampoco él, porque su cuerpo pide y anhela el cuerpo de María Teresa, con besos apasionados y caricias sobre sus pechos y ligeros toques sobre su entrada para humedecer y prepararla, Luis Ángel se introduce poco a poco dentro de ella. —¿Crees que es justo…? Que te
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53. ¿Por qué nuestra felicidad no perdura?
María Teresa tiene que agarrarse de la silla para no trastabillar una vez que lo escucha. Casi le da un infarto allí mismo. —¿¡Usted?! Pero —tartamudea, sin entender—. ¿Cómo es posible?—Una casualidad. Te vi en el periódico porque reconocí tu rostro y me dirigí al bar. Hablé con tu amiga, con Eva. Es una alegría que te haya vuelto a ver, María Teresa.Vuelve a decir este hombre llamado Leonardo. Sus gestos, su voz. María Teresa trata de recordar aquella noche, aquellos días. Todo es tan confuso en este instante, y no puede hacer o decir algo porque está completamente sorprendida. —Señor Torrealba —dice Leonardo hacia el hombre detrás de ella. Luis Ángel se ha quedado tenso. Quita la mirada de él. —¿El padre de Ángel…?—El biológico, claro. Soy yo.María Teresa jadea por la impresión.¿Él…?¿Era él…? Pero si siempre estaba empezando a creer que era…Voltea a ver a Luis Ángel.Claramente está afectado por todo esto.—Me gustaría ver al niño, si no es tanto pedir —Leonardo vuelve a ha
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54. Angelito
—¿Por qué Abigail no llega, eh? ¿Has sabido algo de ella? Finalmente la voz de Juan Miguel la saca de sus pensamientos. No pudo dormir bien, ni siquiera teniendo a su hijo entre sus brazos y en la casa de los Carvajal, en su cuarto. Esa misma noche Ricardo se daba cuenta de quién se trataba su hijo: Ángel Torrealba, el nieto de Patricio. No es que sospechaba de una relación que sostenían María Teresa y Luis Ángel, pero vacilaba un poco ante el conocimiento la relación del hijo secreto de María Teresa que aún no presentaba, el claro parecido de aquella madre llamada María y del hijo sorpresa de Luis Ángel hacia su familia. Pero Ricardo fue bastante prudente con sus preguntas, y sus dudas quedaron lejos cuando ya cargaba entre sus brazos al pequeño travieso. Si podía considerar a María Teresa como una hija, al pequeño Angelito lo podía considerar como un nieto. Decía que adoraría tener nietos cuánto antes y Angelito era lo que más se acercaba a eso. María Teresa adoró ver esa imagen
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55. Nuestro bebé, nuestro hijo
—¡No puedes hacer eso! Exclama María Teresa de una vez, incapaz de no mirar a este hombre con impresión. —Claro que puedo. La ley me lo permite —responde Leonardo con las manos en los bolsillos.—Mira, Leonardo. Tú eres su papá, acepté que vieras a mi hijo, tu hijo. Hasta ahí, pero abrir un juicio por esto es demasiado. Yo acepté que Luis Ángel fuese el padre legal de mi bebé y eso no lo puedes cambiar. Ángel se ha calmado un poco en los brazos de su madre gracias a su voz y a su abrazo. Una vez Roselia se acerca cuando le hace señas, María Teresa le entrega al niño. Le dice que se dirija al carro. —No puedes negarmelo —Leonardo usa un tono indiferente y lejos de ser amigable. Se encoge ligeramente de hombros—Ya lo decidí —y se encamina hacia el auto estacionado en la orilla del parque—¡Oye! —le grita María Teresa mientras lo sigue—. ¡Escúchame! Pero Leonardo entra en su coche y marcha.María Teresa palmea al cielo con rabia.—Bendito Dios. ¡Lo que me faltaba! —se lleva las man
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56. Fatal recuerdo
¿Qué es lo que puede hacer ahora? Alguna cosa para evitar lo que ocurrirá. No puede decir que tendría miedo, porque no es verdad, sin embargo, tampoco es que quiera compensar de su error, de su falta. ¿O es que acaso no recuerda porque había venido a la ciudad en primer lugar? Para una mejor vida, lejos de Antonio, lejos de la familia. Si Antonio no era el padre de su hijo, tendría que buscar la manera de encontrar al verdadero. Lo tenía en mente, claro, pero las circunstancias de la vida hicieron y deshicieron en su vida. ¿Cómo iba a saber que el destino le colocaría enfrente a Luis Ángel? María Teresa baja la mirada hacia su hijo, y se vuelve en posición fetal para abrazarlo. Tenerlo en sus brazos es la razón de su existencia. Ángel había llegado a su vida para que le entregase su corazón, a ese hermoso niño sobre sus brazos. Se levanta después de que Ángel se durmiera entre sus brazos. Toma un poco de aire y descalza va en busca de su teléfono. Abigail, tiene días sin saber de
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57. Instinto de desconfianza
¿Qué podría estar haciendo Antonio en la ciudad? Eva le dijo que preguntó por ella. Pero qué podría hacer. Y verlo después de tanto hace que su corazón se vuelve pequeño y menos acorde a tomar una buena respiración. —¡Por Dios, María Teresa! ¿¡Qué ocurre!? Y casi tiembla al apretar otra vez el volante. —Él —repite, confusa por las distintas emociones aglomerándose sobre su mente. —¿Él, María Teresa? —Eva también está confundida y asustada. —Antonio —termina por decir, y cuando alza la cabeza ya no consigue a nadie. A nadie, a nadie parecido a Antonio como para decir que sólo lo confundió, pero no es así. No está loca. Se lleva la mano hacia la frente—. Dios mío, estoy perdiendo la cabeza. —¿Antonio? Ese hombre también, María Teresa. ¿Estás segura de que fue él? —Reconozco a ese hombre como si fuese mi sombra, desgraciadamente —vuelve a conducir con un poco de calma—. Olvida lo que pasó, de seguro fueron mis pensamientos jugando en contra. ¿Estabas diciendome algo? —Vas a mat
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58. Perdiendo el conocimiento
Sin embargo, Angélica sigue sonriendo. Esa necesidad que querer hacerla rebosar en impertinencia, en hacer que María Teresa pierda la poca paciencia que ha tenido con ella no se va del rostro de Angélica, quien se cruza de brazos y da un paso hacia adelante para estar a la altura de María Teresa, quien no se deja intimidar y no le ha quitado la furibunda mirada de encima. —Quién lo diría —comienza Angélica, destilando la misma energía oscura de esas primeras veces. María Teresa no es tonta como para no reconocer esa misma voz, porque justo después de haber sido secuestrada, pudo escuchar ese mismo tono de voz—, las ratas empiezan a salir cuando quieren saciar el hambre.Imelda las ve a ambas, y no duda en sentir un poco de nervios al observar a María Teresa, porque después de aquella vez, es posible que sospeche de ella, pero María Teresa no la ve a ella, sino que sigue con sus ojos fijos en Angélica.—Al menos que quieras que le diga a todo el mundo que quisiste asesinarme en la cár
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59. Un corazón roto. No me dejes solo.
La luz del sol ilumina el espacio dentro del auto donde está Luis Ángel. Tiene aparcado el coche frente a uno de los edificios en el centro. Observa el lugar con no más que hastío y repulsión. Aún así se baja del coche, estira su blazer a juego con su traje de oficina y se coloca sus lentes. Empieza a caminar y conforme avanza sus dedos se vuelven puños, aseverando el sentimiento que lo acorrala cada vez más. Los guardian los dejan entrar cuando se dan cuenta de quién es en realidad, y mientras los segundos se estiran para su confrontación, la secretaria le indica el camino hacia la oficina, la ve ruborizarse y pedirle que espere mientras su jefe vuelve de otras obligaciones. —¿Quiero algo de tomar, señor Torrealba? —le pregunta la secretaria. —Estoy bien. La decepción inunda las facciones de la secretaria y se despide notando la seriedad en las facciones de Luis Ángel. Una vez solo, no le agrada la idea de encontrarse con este hombre. La necesidad de confrontar de una manera p
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60. Esperanza
La principal razón de Abigail para no decir de sus planes esa vez que había salido de viaje sólo fue un solo: visitaría el pueblo de María Teresa.Pasó días sin dormir desde que María Teresa había confesado de donde provenía. Tantas cosas que la relacionaba a un posible o a una imposible idea. ¿Cómo no escuchar a su corazón? En el fondo conocía las posibilidades si tan sólo encontrara una pista, o una prueba más que la que tenía en su alma. Había marchado hacia el pueblo y se hospedó en una de los contados hoteles del lugar porque no había muchos. ¿Una iglesia? ¿Un convento? Preguntó varias veces y guiándose por las indicaciones llegó hacia un convento de monjas llamado “Las Carmelitas.” —¿Puedo ayudarla con algo, señorita? —y preguntó una de las mujeres, al verla entrar y pedir que se le presentara a cualquier monja.Abigail suavizó la mirada, todavía sin saber por dónde comenzar. Así que dijo lo primero que se le vino a la mente. —¿Usted conoce a una mujer llamada María Teresa?
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