En cuanto los Busch se levantaron de sus asientos y se adelantaron hasta el comedor, Daniel, notando la incomodidad de Ava, puso una mano en su espalda en un gesto de apoyo silencioso, aunque ella realmente se había sobresaltado, era obvio que sus nervios estaban alterados. —No te preocupes, cariño —susurró en voz baja—. Lo estás haciendo genial. Sigue así y te ganarás el cielo, lo juro. Ava asintió con nerviosismo, intentando controlar sus emociones. Ella observó como los sirvientes, a una distancia prudencial comenzaron a moverse, guiándolos hacia el comedor principal de la mansión. El ambiente parecía más tenso que nunca, y Ava podía sentir las miradas de los Busch sobre ella mientras avanzaban. El comedor era una obra maestra de elegancia y lujo. La mesa estaba decorada con detalles exquisitos, y los cubiertos de plata brillaban bajo la luz tenue que los ventanales filtraban. —Tu lugar es aquí, niña —indicó doña Daniela. «Ja… Niña, ¿eh?», pensó Ava. Sin duda aquella palabra la
Leer más