Atravesando el umbral del reino vampiro, un suspiro de alivio escapó de mis labios mientras respiraba el aire fresco y familiar del mundo exterior. Mis ojos se adaptaban a la luz del sol, un contraste marcado con la oscuridad perpetua del reino que acababa de dejar atrás, con tan pocas horas de sol allí.Allí, en el borde del territorio de mi manada, me esperaban mis padres. Mi padre, el Alfa, con su imponente postura que imponía respeto incluso en el silencio, y mi madre, la luna de manada, cuya ternura siempre se ocultaba detrás de una fachada de fortaleza.Al acercarme, mi padre me envolvió en un abrazo fuerte y breve, un gesto de bienvenida y alivio. Luego, fue mi madre quien, con lágrimas en los ojos, me besó la frente antes de quebrarse en un sollozo contenido.—Emmanuel ha escapado con Lois—dijo ella, su voz temblorosa por la emoción—. Esa omega es una mala influencia para él. Tu hermano nunca haría algo así por su cuenta.Sacudí la cabeza, desconcertado.—Imposible, madre. Loi
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