Escuchaba vagamente al Alfa dar indicaciones a todos los lobos adultos sobre una barricada. Yo, francamente, tenía miedo de incluso parpadear. Siguiendo fielmente las instrucciones de la doctora Paula, yo no dejé de pisar el acelerador y me concentré en mantener el volante firme. Temblores aparte, creo que estaba haciendo un magnífico trabajo en mis primeros tres minutos al volante. Nadie había muerto. -¿Sabe disparar, Alfa Rose? – Dijo el Alfa por encima del ruido de los chillidos de los cachorros y los disparos. -Mi habilidad con las armas se limita a la distancia corta. Sé lanzar piedras. – Dijo Rose después de unas palmaditas en mi hombro. -Entonces, solo ayúdenos a quitar asientos, por favor. – Dijo el Alfa Alan. – Harold, Tom, quiero que hagan una segunda barricada por aquí y que cuiden de los cachorros en ese segundo muro. -No hay suficientes asientos. – Escuché decir a Harold. -Entonces improvisen. Necesito a los cachorros seguros. Yo necesitaba ir al baño, pero suponía
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