Anastasia. Sentí que mi tímpano se agudizó cuando escuché al jefe muy cerca de mí. Lo correcto y prudente es que me levantara de este sillón, y me fuera de este lugar. Había alertas, grandes y rojas, mi mente me estaba diciendo en este momento que me detuviera, y que era ahora cuando debía escapar de esta situación. Que era ahora, o nunca. Pero la sensación que me atrapaba, la forma en cómo me sentía, era inexplicable… Sentí que este cuadrado en el que vivía siempre, se estaba rompiendo, y por sus brechas entraba un aire que aumentaba mi adrenalina, una que se parecía a la felicidad de cuando obtuve la realización de mis metas escolares, pero era multiplicada por diez mil, sumado al límite de lo prohibido. Una situación que se esparcía por todo mi sistema, algo muy nuevo, y muy codiciable… De lo que siempre me recriminé, de todo lo que me dijeron que estaba mal. “Corromperte”, la palabra se gritó en mi cabeza, y la garganta se me secó entera. Me eché para atrás un poco, y solo
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