La entrada de la reina causó un sobresalto en todos los presentes. Euclides, visiblemente nervioso, sentía cómo el sudor frío le perlaba la frente. La incertidumbre estaba en el aire, pues se suponía que el mensajero entregaría hoy la encomienda enviada a la reina. Sin embargo, Euclides, con una habilidad innata para disimular, se levantó de su asiento con una sonrisa enigmática, expresó.—Majestad, no la esperábamos hoy en nuestra manada, ¡qué grata sorpresa nos ha dado! Bienvenida. —Con seguridad, se dirigió hacia el otro lado de la mesa y extrajo una silla—. Siéntese por aquí, por favor. —Añadió, invitando a la reina a tomar asiento.Danna, sin mostrar inquietud alguna, respondió con firmeza.—No se preocupe, yo me sentaré al lado de Ares. —Avanzó con una elegancia que impresionaba, su mirada reflejando seriedad y valentía. Ares, quien se mantenía en pie, cedió la silla presidencial al instante, permitiendo que la reina tomara su lugar.—Siéntese aquí, estará más cómoda —indicó Are
Leer más