Luciana abrió sus ojos de par en par, un escalofrío recorrió su columna. —Ni lo conozco, no lo he tratado —balbuceó temblorosa, inhaló profundo—, no comprendo tus celos, yo solo soy amable, él nos ha apoyado mucho, y sin conocerme, además tú siempre hablas bien de tu jefe, no te entiendo la verdad. —Negó con la cabeza, subió al auto, cruzó sus brazos, y miró por el ventanal, no podía sostenerle la mirada, se sentía sucia, culpable.Emiliano bufó, frunció los labios, cerró sus ojos, pensando que había exagerado, subió al vehículo. —Lu, por favor perdóname, no sé qué me pasó. —Se disculpó, la agarró de la mano—, a veces no coordino mis ideas, tú me entiendes, sabes los motivos, además él es joven, guapo, millonario, y no…Luciana limpió las lágrimas de su rostro. —Pero yo estoy contigo —dijo ella—, a pesar de todo, prometí que no te dejaría. Emiliano pasó la saliva con dificultad. —Con ese a pesar de todo, te refieres a que nunca me vas a amar como al padre de tus hijos —reclamó.
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