Juan Miguel sintió que todos sus músculos se tensaron, la frente de su frente saltó. Se puso de pie, respirando agitado. —¿Qué? —cuestionó, golpeó con sus puños una columna. —Mal p@rido —espetó—, como me gustaría tenerlo en frente y acabar yo mismo con ese sujeto —gruñó, miró a Lu, y no pudo contener sus lágrimas, se aproximó a ella, la abrazó muy fuerte—, no imagino tu sufrimiento, guardándote todo en silencio, y no pienso reclamarte, porque sé que una persona bajo amenaza se queda callada. —Intenté decirte las cosas, pero no tuve el valor. —Sollozó abrazada a él. —Cuántas heridas debes tener en tu alma, mi amada Lu. —Le acarició el cabello, sentía un ardor en su pecho—, pero voy a curarte, mi amor te sanará. Lu derramó un gran torrente de lágrimas al escucharlo. —No me digas esas cosas Miguel, por favor —suplicó lloriqueando—. No comprendes, soy otra mujer, y Lucia Cedeño es esposa de Emiliano, y aunque antes éramos una pareja de mentira, ahora sí lo somos de verdad. —Pero
Luciana y doña Caridad volvieron a casa alrededor de las dos de la tarde. Emiliano la recibió con una expresión de profunda seriedad. —¡Toda la mañana en ese bendito hospital! —reclamó en tono enérgico. Lu se sobresaltó al escuchar el tono de la voz de él. —¡No me grites! —rebatió con firmeza, lo miró a los ojos—, no en frente de mis hijos —advirtió. Mike se puso alerta, apretó sus puños. Dafne se hizo para atrás, miró al hombre que gritaba parpadeando.Emiliano resopló y relajó un poco su postura tensa. —¿Por qué demoraste? —indagó—, te he estado llamando y no respondes, me tenías angustiado, y los niños con hambre —bajó el tono de su voz.Luciana apretó los párpados, resopló. —Lo lamento. —Se disculpó—, nos tuvieron dando un montón de vueltas, tú sabes cómo son en los hospitales públicos, había una fila de gente muy larga —mintió, odiaba hacerlo, sentía que él podía adivinar que no era verdad lo que decía, pero solo era una suposición de ella. —Es cierto, y ¿cómo está, doña C
Entonces la música que sonaba en el salón se apagó, un profundo silencio se hizo en el ambiente, Luciana pasó a la mitad del escenario, las notas de la melodía empezaron a escucharse en las bocinas. Ella agarró el micrófono, cantó la primera estrofa, y de vez en cuando miraba a Miguel, y en el coro se acercó muy cerca de la mesa de él. Miguel la observaba embelesado, bebía a sorbos su trago mientras la contemplaba y escuchaba cantar, suspiraba a cada instante como un adolescente enamorado. —Se acabó, se acabó, se acabó. Pon punto final a este sueño —entonó, y miró a Miguel con profunda seriedad—. No pienses en continuar una historia que ya ha pasado de tiempo. —Irguió la barbilla, y volteó para proseguir cantando—. Se acabó, se acabó, se acabó. Sigue las reglas del juego. No sirve de nada jurar, prometer, ni rogar, cuando se apaga el fuego. —Volvió y se paró frente a él para concluir con la melodía. —¿Cuándo se apaga el fuego? —indagó Miguel frunció el ceño, bebió de un solo golp
—Sabes que después de esto, no pienso dejar que te alejes de mi vida una vez más —sentenció Miguel, la observó a los ojos, y luego le acarició la mejilla, y se reflejó en esa mirada que le estremecía el corazón. —Hablaré con Emiliano, pero déjame preparar el terreno, no es fácil para él asimilar las cosas, luego de ese accidente. —Lo observó con ternura, suplicante. Miguel inhaló profundo, la abrazó con fuerza. —¡No te entiendo! —exclamó. —¿Qué te une a él? —preguntó con voz ronca. —Miguel —expuso con suavidad—, te pido que confíes en mí, las cosas las haré en su momento, no siento amor por él, sí mucho cariño, gratitud, hermandad. Amor solo lo siento por ti, lo sabes, o ¿aún dudas de mí? —preguntó y aquel cuestionamiento ardió por su garganta. Juan Miguel despegó su rostro del cuello de ella, volvió a mirarla, y enseguida la besó, su beso fue desesperado, era como si su vida dependiera de eso, y ella correspondió de la misma manera, enredó sus dedos en el cabello de él, como
Luciana abrió sus ojos de par en par, un escalofrío recorrió su columna. —Ni lo conozco, no lo he tratado —balbuceó temblorosa, inhaló profundo—, no comprendo tus celos, yo solo soy amable, él nos ha apoyado mucho, y sin conocerme, además tú siempre hablas bien de tu jefe, no te entiendo la verdad. —Negó con la cabeza, subió al auto, cruzó sus brazos, y miró por el ventanal, no podía sostenerle la mirada, se sentía sucia, culpable.Emiliano bufó, frunció los labios, cerró sus ojos, pensando que había exagerado, subió al vehículo. —Lu, por favor perdóname, no sé qué me pasó. —Se disculpó, la agarró de la mano—, a veces no coordino mis ideas, tú me entiendes, sabes los motivos, además él es joven, guapo, millonario, y no…Luciana limpió las lágrimas de su rostro. —Pero yo estoy contigo —dijo ella—, a pesar de todo, prometí que no te dejaría. Emiliano pasó la saliva con dificultad. —Con ese a pesar de todo, te refieres a que nunca me vas a amar como al padre de tus hijos —reclamó.
Era domingo y ya había pasado la hora del almuerzo. Miguel no tenía ni una llamada de Luciana, y la angustia se apoderaba de cara poro de su ser, ya no podía seguir así, encerrado en las cuatro paredes de brazos cruzados, así que tomó las llaves del auto, y salió del hotel donde se hospedaba, hubiera preferido ir a casa de sus abuelos, pero ahí se estaba quedando su hermano, con su esposa e hijos, no quiso interrumpir la calma familiar, además cada que veía a una familia, pensaba en la que él no podía tener aún.Condujo pensativo hasta el barrio en donde vivía Lu, cuando llegó estacionó el vehículo a una distancia prudencial, prefirió caminar, iba bien camuflado, vestido de jeans, zapatos deportivos, camiseta, y una gorra. La mirada se le iluminó por completo, y el corazón le dio brincos cuando miró a sus hijos en el parque, antes de aproximarse, miró por todo lado, asegurándose que Emiliano no estuviera cerca, y para su buena suerte no estaba, ni él, ni Lu. —¡Niños! —exclamó. Los
El deseo de Emiliano provocó que Luciana palideciera por completo, la piel se le erizó, era demasiado, pero quién era ella para negarle ese derecho, luego de todo lo que había hecho por ella. —¿Un bebé? —cuestionó, con voz temblorosa—, pero apenas podemos sobrevivir con dos. —Pero ahora gano el triple de mis anteriores trabajos, me va muy bien en la empresa, podríamos intentarlo —susurró, y su lengua empezó a recorrer el cuello de Luciana, ella apretó los labios, a su mente se vino el recuerdo de los besos de Miguel, sus caricias, y el momento que habían compartido en el restaurante. —Los niños pueden entrar —murmuró Lu, intentaba ser fuerte, pero no sabía cómo iba a sobrevivir a todo eso. —Tienes razón —dijo él. Emiliano no recordaba el incidente del restaurante entre él y Miguel, tenía lagunas mentales, y parecía que todo estaba en calma, como antes de que él apareciera. Y un par de minutos después los niños entraron corriendo a la cocina, frenaron de golpe al ver a Emilia
«¡El último deseo de Emiliano es tener un hijo conmigo!»Aquella frase hizo eco en la mente de Juan Miguel, la sangre hirvió en sus venas, no podía creer que el egoísmo de Emiliano llegaría a tanto, como pedirle a Lu semejante sacrificio, y menos podía comprender que ella pudiera aceptar algo así, por más que una persona estuviera muriendo le parecía algo absurdo. Para él, los hijos se concebían con amor, y para verlos crecer, ¿qué sentido tenía tener un hijo y morir sin verlo nacer?—Imagino que tu respuesta fue sí, porque ese hombre te manipula con el peso de la culpa que llevas encima —resopló mascullando, estaba tenso, abría y cerraba sus puños. Luciana lo observó con profunda seriedad, arrugando el ceño. —No le he dado una respuesta, además él no sabe de la gravedad de su enfermedad, el médico habló solo conmigo, y yo pedí que no le dijera nada —mencionó. Miguel con su puño dio varios golpes en la pared. —¡Lu! ¡Lu! —exclamó varias veces más. —¿Hasta cuando vas a proteger a la