¿Qué les pareció este momento? ¿Qué pasará de ahora en adelante? No olviden las reseñas.
—Sabes que después de esto, no pienso dejar que te alejes de mi vida una vez más —sentenció Miguel, la observó a los ojos, y luego le acarició la mejilla, y se reflejó en esa mirada que le estremecía el corazón. —Hablaré con Emiliano, pero déjame preparar el terreno, no es fácil para él asimilar las cosas, luego de ese accidente. —Lo observó con ternura, suplicante. Miguel inhaló profundo, la abrazó con fuerza. —¡No te entiendo! —exclamó. —¿Qué te une a él? —preguntó con voz ronca. —Miguel —expuso con suavidad—, te pido que confíes en mí, las cosas las haré en su momento, no siento amor por él, sí mucho cariño, gratitud, hermandad. Amor solo lo siento por ti, lo sabes, o ¿aún dudas de mí? —preguntó y aquel cuestionamiento ardió por su garganta. Juan Miguel despegó su rostro del cuello de ella, volvió a mirarla, y enseguida la besó, su beso fue desesperado, era como si su vida dependiera de eso, y ella correspondió de la misma manera, enredó sus dedos en el cabello de él, como
Luciana abrió sus ojos de par en par, un escalofrío recorrió su columna. —Ni lo conozco, no lo he tratado —balbuceó temblorosa, inhaló profundo—, no comprendo tus celos, yo solo soy amable, él nos ha apoyado mucho, y sin conocerme, además tú siempre hablas bien de tu jefe, no te entiendo la verdad. —Negó con la cabeza, subió al auto, cruzó sus brazos, y miró por el ventanal, no podía sostenerle la mirada, se sentía sucia, culpable.Emiliano bufó, frunció los labios, cerró sus ojos, pensando que había exagerado, subió al vehículo. —Lu, por favor perdóname, no sé qué me pasó. —Se disculpó, la agarró de la mano—, a veces no coordino mis ideas, tú me entiendes, sabes los motivos, además él es joven, guapo, millonario, y no…Luciana limpió las lágrimas de su rostro. —Pero yo estoy contigo —dijo ella—, a pesar de todo, prometí que no te dejaría. Emiliano pasó la saliva con dificultad. —Con ese a pesar de todo, te refieres a que nunca me vas a amar como al padre de tus hijos —reclamó.
Era domingo y ya había pasado la hora del almuerzo. Miguel no tenía ni una llamada de Luciana, y la angustia se apoderaba de cara poro de su ser, ya no podía seguir así, encerrado en las cuatro paredes de brazos cruzados, así que tomó las llaves del auto, y salió del hotel donde se hospedaba, hubiera preferido ir a casa de sus abuelos, pero ahí se estaba quedando su hermano, con su esposa e hijos, no quiso interrumpir la calma familiar, además cada que veía a una familia, pensaba en la que él no podía tener aún.Condujo pensativo hasta el barrio en donde vivía Lu, cuando llegó estacionó el vehículo a una distancia prudencial, prefirió caminar, iba bien camuflado, vestido de jeans, zapatos deportivos, camiseta, y una gorra. La mirada se le iluminó por completo, y el corazón le dio brincos cuando miró a sus hijos en el parque, antes de aproximarse, miró por todo lado, asegurándose que Emiliano no estuviera cerca, y para su buena suerte no estaba, ni él, ni Lu. —¡Niños! —exclamó. Los
El deseo de Emiliano provocó que Luciana palideciera por completo, la piel se le erizó, era demasiado, pero quién era ella para negarle ese derecho, luego de todo lo que había hecho por ella. —¿Un bebé? —cuestionó, con voz temblorosa—, pero apenas podemos sobrevivir con dos. —Pero ahora gano el triple de mis anteriores trabajos, me va muy bien en la empresa, podríamos intentarlo —susurró, y su lengua empezó a recorrer el cuello de Luciana, ella apretó los labios, a su mente se vino el recuerdo de los besos de Miguel, sus caricias, y el momento que habían compartido en el restaurante. —Los niños pueden entrar —murmuró Lu, intentaba ser fuerte, pero no sabía cómo iba a sobrevivir a todo eso. —Tienes razón —dijo él. Emiliano no recordaba el incidente del restaurante entre él y Miguel, tenía lagunas mentales, y parecía que todo estaba en calma, como antes de que él apareciera. Y un par de minutos después los niños entraron corriendo a la cocina, frenaron de golpe al ver a Emilia
«¡El último deseo de Emiliano es tener un hijo conmigo!»Aquella frase hizo eco en la mente de Juan Miguel, la sangre hirvió en sus venas, no podía creer que el egoísmo de Emiliano llegaría a tanto, como pedirle a Lu semejante sacrificio, y menos podía comprender que ella pudiera aceptar algo así, por más que una persona estuviera muriendo le parecía algo absurdo. Para él, los hijos se concebían con amor, y para verlos crecer, ¿qué sentido tenía tener un hijo y morir sin verlo nacer?—Imagino que tu respuesta fue sí, porque ese hombre te manipula con el peso de la culpa que llevas encima —resopló mascullando, estaba tenso, abría y cerraba sus puños. Luciana lo observó con profunda seriedad, arrugando el ceño. —No le he dado una respuesta, además él no sabe de la gravedad de su enfermedad, el médico habló solo conmigo, y yo pedí que no le dijera nada —mencionó. Miguel con su puño dio varios golpes en la pared. —¡Lu! ¡Lu! —exclamó varias veces más. —¿Hasta cuando vas a proteger a la
Luciana inclinó su cabeza, mordió su labio inferior. —Debo irme, los niños no tardan en venir a verme, que pase buena noche, le dejé sus pastillas en orden en su cajita, no olvide tomarlas —recomendó, besó la frente de la señora, y salió con rapidez. La señora Caridad negó con la cabeza.Cuando Lu llegó a casa, todo era completa calma, para la buena suerte de ella, porque los niños y Emiliano hubieran hecho preguntas, de qué por qué tenía los ojos rojos e hinchados. Se dirigió a la alcoba, y los tres se habían quedado dormidos. Lu agradeció que los pequeños ya estuvieran con sus pijamas, por lo que enseguida cargó a Dafne, y la llevó a su cama, luego hizo lo mismo con Mike, entonces los contempló dormidos, y sintió una punzada en el pecho. —Si todo fuera más sencillo —susurró, besó la frente de sus pequeños y salió de la alcoba, entonces se sorprendió en el pasillo al encontrarse con Emiliano. —Te tardaste, nosotros hasta cenamos —comunicó. —¿Por qué tienes los ojos llorosos? —ind
Horas antes. Emiliano, luego de que todos se durmieron, y cuando se aseguró de que Luciana estuviera profunda, sacó el auto y salió con rumbo al lugar donde solía sacar todas sus frustraciones. Las luces rojas de aquel sitio se enfocaban en los cuerpos semidesnudos de las mujeres, unas bailaban el tubo con atrevidos trajes, otras acompañaban a los clientes. —Bienvenido —dijo con voz aguardentosa la encargada, una mujer ya madura, de vestido brillante, y maquillaje muy resaltado. —Buenas noches, quiero a la mejor chica. —Hoy tengo una nueva adquisición, está un poco torpe, lista para ser estrenada. La mirada de Emiliano se iluminó por completo. —Pagaré lo que sea. —Perfecto —contestó la mujer, sonrió—, solo un favor, si no sirve me avisas para despedirla, no me puedo dar el lujo de tener chicas que no complacen a los clientes, algunas llegan aquí solo por techo y comida. —Comprendo —musitó Emiliano. —Ven por aquí. El humo del tabaco se coló por las fosas nasales de
Luciana caminaba pensativa, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, esperando que su amiga Paula, llegara a su encuentro. En la mañana cuando había vuelto a casa, ya Emiliano estaba ahí, se había bañado, y no le dirigió la palabra, ella tampoco hizo nada por crear una conversación, sin embargo, no dejaba de sentirse mal por haber sido sincera. De pronto el sonido de la bocina de un automóvil interrumpió su trance, giró ceñuda, pensando que se trataba de algún morboso, pero abrió sus ojos al ver que era Paula, quién conducía. —¡Paula! —exclamó sorprendida. —La misma. —Sonrió ella—, ven sube. Luciana parpadeó, subió con rapidez antes que el semáforo cambiara de luz, y los conductores de los vehículos de atrás, tocaran el claxon como locos. —¿Sabes conducir? —cuestionó Luciana, y miró a su amiga, vestida de forma sencilla, pero con ropa de marca, ya no era la misma Paula del pasado. —Con cuatro hijos, tuve que aprender —mencionó sonriente—, hay veces que Juan Andrés por su t