Mía espera a que Verónica llegue para relevarla como cada mañana, se acerca a Nathan y le habla con dulzura al oído. —Te amo, mi niño dañado, regresa pronto… te estamos esperando, Steven quiere contarte algo, yo quiero tus abrazos, tus besos, extraño esa sonrisa que me desarma… por favor, despierta. Lo besa con delicadeza, sonríe y se limpia las lágrimas que le salen traicioneras, suspira con entereza y se queda allí, hasta que la voz de su madre la saca de sus pensamientos. —Buen día, hija, ¿cómo has dormido? —Igual que siempre, pendiente de que él vaya a despertar. —Hija… ¿has pensado que tal vez él ya no abra los ojos? Creo que deberías… —No, mamá, no me iré de su lado y tampoco pensaré que él nunca más abrirá los ojos, porque lo hará y verás cuánto nos amaremos, saldremos a adelante juntos. —Piensa en ti, tú no deberías… —Sí debo, creo que es mejor que me vaya a trabajar. Mía toma sus cosas y sale de allí bastante molesta, pero no le queda más que resignarse, es lógico qu
Leer más