Nathan escucha la puerta abrirse, sonríe porque seguro Steven está preocupado por él, por ser la primera vez que se baña solo desde que despertó. —Eres un maldito pervertido —dice divertido Nathan, sin ver quién ha entrado—, te dije que estaría bien. —Soy yo… —Mía… —ella se ríe, coge una toalla y camina hasta la entrada para esperarlo. —Me alegra… no sabes cuanto me alegra verte así, de pie —siente ese nudo en la garganta y Nathan le sonríe. Sale de allí, con algo de vergüenza, pero luego recuerda que Mía lo ha visto muchas veces así, por algo lleva a su hijo en el vientre. Le recibe la toalla, mientras ella lo sostiene un poco. Lo mojado de su cuerpo le humedece la blusa, dejando ver aquel brasier blanco de encaje a la perfección. Sin poder evitarlo, una parte de Nathan se despierta, la misma que se despertó por la mañana, luego de aquel beso de despedida. Mía se sonríe, porque hay cosas que no cambian, aunque no las recuerde. —Vamos, antes de que cojas frío —le ordena ella y
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