Victoria. Ya nos encontrábamos en las proximidades de la propiedad de los Palacios. Alexandra permanecía callada, no aprobaba mi locura de querer profanar aquel lugar donde se albergaban tantas historias de asesinatos, sin embargo, ignoré esa negativa de su parte. Apagué el motor del vehículo, tomé el pequeño bolso y procedí a bajarme. Alexandra miró mi bolso con curiosidad, su rostro aún mostraba molestia. Continué ignorándola mientras sus ojos me seguían a través del vidrio del vehículo. Fui hacia ella haciéndole señas para que me siguiera, pero no se dejaba convencer. No me rendí, le insistí tanto que, finalmente, accedió a salir a regañadientes, echando miradas temerosas por todos los rincones de la finca. —Victoria, todavía tenemos tiempo de abandonar el plan, si accedí a seguir adelante fue porque las perras de las gemelas me tentaron, pero ya se me ha pasado la rabia, y mi idea era estacionarme lo más lejos posible de este castillo, no tan cerca. —Su voz parecía casi supli
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