El silencio se había apoderado del lugar, sólo se escuchaba la nada haciendo de la suya. Es difícil cuando tus pensamientos son más ruidosos que el mismo sonido, porque no son vibraciones emitidas desde afuera, sino desde tu mismo cerebro. No se puede escapar a esos gritos. Precisamente eso lo vivía Santino. Sin embargo, no todo estaba perdido, siempre existía algo positivo para cualquier situación, él quería creer que podía sacar provecho de eso, y tal vez tenía la razón. —El mundo seguirá girando luego de morir—pensaba. Estaba en lo correcto. —¿Qué tan sincero fuiste con la estirada?— preguntó él. Camilo, que estaba sentado en el escritorio, tomó un sorbo de otra cerveza. Adoraba el sabor a la cebada fermentada, lástima que la primera vez que la probó no pensó lo mismo. De vez en cuando, cuando tomaba una caliente, recordaba el olor a orina que sintió la primera vez. —No soy un tonto.—respondió.—Sólo dije ciertas cosas. —Lo eres si te atraparon. La
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