Desde el mismo momento en que abandoné la habitación, repetí una y otra vez ese beso dentro de mi cabeza. Tenía una erección descomunal y sentía que el fuego estaba quemando todo mi interior. La deseaba, añoraba tener de vuelta a mi esposa entre mis brazos y hacerla vibrar como tan solo yo podía hacerlo. Sabía que aquello estaba lejos de suceder y, sobre todo, con el maldito imbécil jodiendo todos mis planes. Esa era a razón principal por la que había tomado la determinación de apartarlo de mi camino, porque, aunque era su puto cuerpo, no había nada en este mundo que me impidiera quedarme con él y esa era mi intención. La recorro con mi boca mientras divaga entre sus dudas y temores. Sé que me estoy arriesgando con esto, pero es el todo o la nada y, de ella; lo quiero absolutamente todo. Dejo besos en la comisura de su boca y pego mi cuerpo al suyo tanto como puedo. Estoy empalmado y sé que ella sentirá mi dureza empujando con ahínco contra su pelvis. Le doy besos cortos y suaves en
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