Mientras conducía recordé el impase que tuve en el aeropuerto, el quemón en mi pecho con ese café caliente, me reí, pobre mujer, era una pila de nervios, su cabello negro era precioso, demasiado brillante, era esa clase de pelo el cual te incitan a tocarlo. En fin, entré a la propiedad, por fin en casa.No alcancé a tomar el primer vuelo, por eso no llegué a la iglesia. Me quité la chaqueta al entrar, al verme Inés puso sus manos en la cintura, no será una mancha fácil para sacar, aunque ella no era quien se encarga de hacerlo, pero si supervisa. No debería hacer nada, Roland y yo nos cansamos de decírselo, solo que era una señora terca, de la cocina nadie la saca.—¡¿Eso es café?! —afirmé.—En mi defensa no se me regó a mí. —Se acercó, extendió la mano para que le entregara la ropa, le pasé la chaqueta y la camisa—. ¿Cebolla, los muchachos, la Señora, Diana y el niño?—Rasca culo en cama, se le reventó uno de los puntos y lo tengo castigado, Cereza en su casa, lo vimos en la misa, Ch
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