La señora Verónica, ni cuenta, se daba de la verdad. El padre dio las últimas palabras y el ataúd bajó, y con él, una parte de mí también se fue a hueco. Lo metieron para quemarlo, no sé quién me sostenía para no cometer alguna locura, me negaba a creer que este muerto. No él, ¿por qué lo dejé morir?, me descuidé, lo perdí de vista, lo hacía con su esposa en la habitación haciendo el amor, no sé en qué momento salió… Su esposa, la señora Verónica, debe estar peor. Era el mejor día de su vida y se convirtió en el peor. «Cuídala, si la cuidas a ella me cuidas a mí, nos veremos pronto», dos veces lo mismo. Por esa señora debo quedarme, debo hacer mi trabajo, no volví a hablar, sé que muchos nos daban el pésame a Inés, Cebolla y luego al resto de los que siempre hemos permanecido a su lado. Conmigo decían más palabras de consolación, pero por mí que se callen. Al sepelio llegaron los cabecillas de la organización. Me miraban, ver a la Rata desmoronada era casi una utopía. La razón de
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