—¿Cómo estás? —preguntó Maximina a Marisa por el teléfono, con la voz ahogada y el corazón destrozado; y todo fue peor cuando escuchó a su querida Marisa llorar del otro lado de la línea.—Perdón —dijo la joven entre hipidos—, es que no puedo... esto es muy doloroso... lo siento.—Está bien —aseguró la mayor, llorando también—, está bien llorar cuando duele, porque así podremos curar un poco el dolor, por eso, llora, mi niña, y cura tu corazón para que puedas, al rato, volver a respirar, ponerte de nuevo en pie y andar un poco más, igual que nosotros lo haremos.—¿Cómo está Mía? —preguntó Marisa, limpiando su rostro de las lágrimas que lo humedecían, como si de esa manera pudiera deshacerse de su llanto—. ¿Ella está bien?—Está triste —explicó Maximina—, llora por cualquier cosa y ha dormido todo el día, también comió un poco mal, pero, por alguna razón, siento que sabe que te fuiste, pero que volverás, porque, aunque camina a tu habitación, no te ha llamado...Marisa lloró más. No im
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