No pasaron más unos segundos que nos habíamos sentado, cuando un mesero se nos acercó para atendernos. Llevaba un uniforme de color negro con un delantal blanco. Era joven, no mucho más de veinte años, de cabello castaños y ojos azul claro.Quizás fuese por su evidente juventud, al menos eso quiero creer para justificarlo, pero por ello no tuvo reparos a la hora de mirarme como si fuese una aparición divina. Al principio me causo gracia, pero luego se detuvo más segundos de lo apropiado.Empezaba a sentirme incomoda.Como a mi buen “esposo” nada se le pasaba por alto, notó la mirada embobada que me lanzaba el chico y a él si no le hizo tanta diversión como a mí. De hecho, parecía realmente enfadado, casi me parecía ver como saltaban chispas de sus ojos.En un intento por evitar que asesinara al imprudente chico y evitar que eso nos amargara el desayuno, lo tomé de la mano y le sonreí con expresión de fingida ternura. Esto parecía tomarlo por sorpresa y ahora su atención estaba en nues
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