Un poco antes del mediodía, cuando estaban revisando el quinto caso, el celular de Franco sonó y Valeria pudo ver la sonrisa que se dibujaba en el rostro de su jefe, pese a que intentó disimularla. Debía ser Dayana. Después de ofrecerle un guiño a Valeria, Franco se levantó y contestó la llamada y, aunque intentó concentrarse en los documentos de la carpeta que revisaban, Valeria no pudo evitar escuchar lo que su jefe decía. —Sí, sí, no te preocupes. Lo sé y lo entiendo —decía Franco, una y otra vez, en lo que parecía ser una larga y tendida exposición de argumentos de Dayana para ser perdonada—. Bien. ¿Entonces qué te parece si nos vemos para almorzar? Perfecto, sí, en el D´aggi. No, tranquila que esta vez me aseguraré de no saludar a nadie, ni siquiera si veo al Rey de Inglaterra al lado de mi mesa. Un beso. Te amo. Adiós.—¿Buenas noticias, señor? —preguntó Valeria cuando vio a Franco regresar.Sonriente, y no queriendo ocultar su felicidad sino, al contrario, con la impresión de
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