Hecha un cocktail de sentimientos encontrados, entre ira, tristeza, dolor y desesperación, Valeria llegó al apartamento y Sofía, al verla no solo llegar tan temprano sino escurriendo lágrimas, supo lo que había pasado. Esperó, con la oreja pegada a la puerta de la habitación de Valeria, a que su amiga dejara de llorar y solo unos segundos después, se atrevió a entrar. —Siento como si todo se me estuviera derrumbando —dijo Valeria cuando su mirada, cristalizada por las lágrimas, se encontró con la de Sofía—. No solo mis papás me odian por esto, sino que también Franco resultó ser un inútil. Los vio humillarme, sin decir o hacer nada. Sofía prefirió no opinar al respecto, al menos no hasta que Valeria no le hubiera dado más detalles sobre lo que había ocurrido y, sentada sobre el borde de la cama, se preparó a escuchar. —Están decepcionados, Sofi, como si yo fuera la peor hija que unos padres hubieran podido tener —continuó Valeria—. Ni siquiera me dejaron explicar lo que había pas
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