El día de la boda, Valeria quizá lucía el vestido con el que no había soñado, porque le hubiera gustado uno muy delgado, con cola de sirena y que se ciñera a su pequeña cintura, pero ahora que estaba a un mes, o quizá menos, de tener a los trillizos, no tuvo otra opción que llevar el mejor vestido de talla XXXXL que pudo conseguir y aunque se lo probó una infinidad de veces, nunca la convenció. —No es el vestido, hija —dijo finalmente su madre cuando la vio frustrarse por nonagésima vez—, es que tienes el cuerpo de una mujer con un embarazo múltiple, pero ya verás que, tan pronto tengas a los bebés, quedarás perfecta, como lucías antes del embarazo. Valeria apartó la mirada del espejo, porque su mamá tenía razón y por mucho que quisiera creer que lucía fantástica con ese vestido, jamás llegaría a convencerse porque, aunque pudiera verse algo tierna, no llegaría a ser lo espectacular que había esperado que fuera cuando soñaba con el día de su boda. —¡Esto es espantoso, mamá! —excla
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