Si fuese capaz de conocer los pensamientos de Leonel, tal vez nuestra comunicación sería mucho más sencilla. Dándome la espalda tras mi pregunta y evitando siquiera que pueda ver las expresiones que está haciendo. Por fin pienso que me va a confesar lo que hay en su cabeza, pero en su lugar se levanta y toma el tacón que le lance del suelo, ese que ni había notado dónde había caído. Después me lo pasa, su expresión ya está más compuesta. —En lugar de desviarnos del tema, volvamos a lo que nos concierne — comenta, yo le recibo el zapato. Lo cual me remonta a la manzana de la discordia, la dulce, dulce, Victoria. —¿Con qué Victoria te estaba amenazando en la llamada? Sonaba como que te estaba amenazando, no me vayas a esquivar esta vez. —Tengo muchos años en el fango con ella, tiene de dónde amenazarme, pero… no me dan miedo sus amenazas. Si yo caigo, la voy a arrastrar conmigo — lo dice como el propio psicópata calmado, a ese al que le agrada el dolor. Me confunde, todo en Leonel
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